Hace unos meses leí una invitación a un evento llamado “Estemos en desacuerdo”. Era una invitación abierta a discutir temas controversiales con personas con quienes estén en completo desacuerdo. Últimamente he estado discutiendo temas de mi interés con pasión excesiva. Excesiva al punto que me han incomodado opiniones contrarias, las he considerado retrógradas e ignorantes, y las he descartado hasta sin palabras, solo con mi actitud. Por eso, quise participar de un espacio de discusión para practicar cómo comunicar mi opinión pero estar abierta a escuchar puntos de vista contrarios también. Hoy les comparto tres lecciones que aprendí en este proceso:
1. Espacios adecuados: Existen espacios adecuados (e inadecuados) donde estar en desacuerdo. Crear el espacio donde todos podían compartir su opinión creó una discusión respetuosa y rica en matices. La mayoría de los desacuerdos hoy en día están ocurriendo en redes sociales, donde el respeto y los matices se ven sacrificados por el espacio y por la cultura de discusión preestablecida.
2. Vocabulario compartido: Gran parte del tiempo de discusión lo tuvimos que usar definiendo a qué nos referíamos cuando hablábamos de conceptos controversiales: feminismo, privilegio, libertad. Al principio se sentía como “perder el tiempo” o demorar la discusión, pero en realidad, ese era el trabajo. En muchas discusiones se siente como si todos hablan y nadie escucha porque existen malentendidos semánticos y básicos. Cuando creamos un vocabulario compartido podemos discutir a profundidad pero con entendimiento común de los temas en cuestión.
3. Hay que promover la discusión: Estamos viviendo en un punto de inflexión histórico. Se está buscando promover la igualdad a niveles sin precedentes y esto nos lleva a reflexionar, cuestionar, cambiar de maneras incómodas. Es más fácil borrar de Facebook a todas las personas con quienes estemos en desacuerdo. Es más fácil catalogar de racista, homofóbico y sexista (o bien snowflake, hippie o feminazi) a todos los que estén en desacuerdo.
Pero al final, no nos beneficia a nadie tener dos bandos contrarios lanzándose opiniones como si fueran misiles para descartarse entre sí.
Discutir bien no es fácil pero es necesario. Nos toca poner a un lado la superioridad moral, abrir los ojos y los oídos, y encontrar maneras más rápidas y prácticas en las que estar en algún nivel de acuerdo. El mundo es demasiado complejo para estar rabiosos en Facebook.
La autora es promotora de emprendimiento