Estoy cansado. Somos dados a hablar en primera persona plural cuando aceptamos el aplauso pero ese deseo de colectividad se apaga cuando las cosas nos salen de acuerdo a un estipulado plan. La pandemia nos ha ayudado (allí voy de nuevo con el plural) a desarrollar una increíble capacidad para juzgar y condenar desde zonas de extrema comodidad y privilegio. No lo justifico, pero cuando la muerte ya como evento anticipado llega a eso de las 6:00 p.m. a nuestros hogares, puedo entender la frustración que nos motive a apuntar dedos de culpabilidad por lo que cotidianamente vivimos.
Me resulta difícil cuestionar las nobles intenciones detrás de cada palabra emitida por el presidente de la República, Laurentino Cortizo Cohen en su reciente discurso a la nación donde listó acciones que su administración ha ejecutado para aliviar el duro embate de algo tan impredecible como lo es una pandemia. Me dolió ver a un hombre reducido por las circunstancias y claramente afectado por lo que sus conciudadanos enfrentan. Empero, más ansiedad provocó ver al líder de una nación enfrentar el espejo que el santo Bernardo de Clairvaux creó cuando plasmó hace cientos de años que “el infierno está lleno de buenas intenciones y deseos”.
Anhelaba otro tipo de conexión especialmente con el desempleo al norte del 20% y 800,000 panameños dependiendo de la informalidad para subsistir. El recuento de los últimos meses se imponía pero los 66 minutos resultaron insuficientes porque nos quedamos esperando la fecha exacta de la llegada de la vacuna y un planteamiento con semáforos incluidos (no los del reciente contrato) para darle seguimiento al plan. Y de repente se me erizó la piel porque recordé al Guasón de Christopher Nolan justificando la importancia de tener un plan a Harvey Dent: “Nadie entra en pánico cuando las cosas salen de acuerdo a un plan”, dijo el macabro enemigo de Batman. Sentí algo de pena, molestia, impotencia y, ahora lo reconozco: miedo por lo que viene en los próximos 90 días ante la ola inevitable de despidos masivos y las agudas diferencias que se agrandan por minutos entre clases sociales. El problema del caudillismo partidista es que en 30 años nos hemos convertido no sólo en el país más desigual de la región sino en el territorio con mayor presencia en las listas en las que nadie quiere estar: desde listas grises por la indeseada debilidad institucional que entorpece los esfuerzos por atraer inversión extranjera hasta ser número uno en la lista de rápido contagio por cada 100 mil habitantes del temible SARS Cov2. El país ejemplo tiene que reconocer que fallamos.
El Presidente hizo mención a la conducta de los panameños como el motor imprescindible para preservar la esperanza de algún tipo de oxigenación socioeconómica hasta la llegada de la vacuna. Si el Presidente hubiera hecho un mea culpa de las áreas en las que se falló, como reconocer que los irrisorios $3.6 millones de dólares desembolsados para salvar a la micro y pequeña empresa distan mucho de los $200 millones que se necesitan, pues estoy seguro que hubiera sido un mejor paso en la dirección de rescatar la confianza que los humanos tenemos que tener en nuestros líderes para hacer lo que nos dicen lejos de un espíritu de imposición autoritaria.
Mientras cientos de panameños explicaban por teléfono que las roscas de pan de huevo se habían acabado el 31 de diciembre otros miles reciben $120.00 al mes para subsistir. Ese es el retrato de la brecha que debemos procurar cerrar con el pacto del bicentenario que fue de lo más rescatable de la rendición de cuentas a la nación. Espero (esperemos en plural y colectivamente) que las buenas intenciones se traduzcan en acciones concretas para un 2021 con más salud, encaminado a alejarse del infierno potencial que será seguir pavimentando la aventura de la vida con promesas sin planes, sin medición, sin programación.
El autor es financista.