A empezar 2018 con el pie derecho: ¿Alguna vez se han encontrado viendo alguna serie o película en la televisión y han terminado gritándoles a los actores principales? Las frases más populares de mi repertorio personal son: “noooo” y “no seas bobooo”! Sin embargo, no importa cuánto gritemos, los personajes no nos escuchan y siguen haciendo sus trastadas desde la pantalla.
El Teatro del Oprimido es un movimiento teatral que permitió que los actores escucharan todos estos gritos por primera vez. El dramaturgo brasileño Agusto Boal creó el Teatro del Oprimido en la década de 1960, en búsqueda de la democratización del teatro e invitaba a su audiencia a participar activamente de la obra. Para lograrlo, se rompe la “4ta pared” o barrera imaginaria entre los actores y los espectadores, de tal manera que ambas partes reconocen que el otro está allí e incluso, interactúan en el proceso.
A través del Teatro del Oprimido, Boal exponía situaciones de opresión, privilegio o poder; de tal manera que los espectadores terminaban viendo sus vidas representadas frente a ellos. A diferencia de la mayoría de las representaciones mediáticas, los espectadores (por primera vez) tenían el espacio de pensar y ensayar alternativas a lo que ocurría en la escena.
Es decir, los actores podrían escuchar todos esos “noooo” que gritamos frente a la televisión, voltearse y preguntarnos: ¿tú qué harías en vez? En ese momento, la audiencia podía proponer e incluso actuar las alternativas. Así, el espectador se convertía en protagonista y al estar ensayando escenas similares a su vida, de alguna manera estaba ensayando para cambiar su vida.
De esta manera, el Teatro del Oprimido utilizaba el teatro como una herramienta para promover un sentido de agencia en los espectadores y promover un deseo de transformar su propia realidad. “En palabras de Augusto Boal, el objetivo del Teatro del Oprimido es teatralizar la realidad para comprenderla y así poder transformarla”.
El Teatro del Oprimido es un ejercicio político que se trabaja desde el teatro, pero hoy, con muchísimo respeto a este movimiento que encuentro fascinante, quiero proponer que lo usemos como ejemplo de un ejercicio personal. La mayoría del tiempo vemos escenas de nuestras vidas una y otra vez —solo que no en el teatro sino en nuestra mente—.
En retrospectiva, nos vemos a nosotros mismos diciendo o no diciendo, haciendo o no haciendo, y luego nos “gritamos”: “¿por qué hiciste o no eso?” o “ugh, qué boba ya no lo hagas más”! Nos gritamos como si ya no pudiéramos hacer nada al respecto, pero siempre podemos. Nosotros somos los actores del teatro de nuestra propia vida y tenemos el poder de alterar nuestro libreto.
Arrancado este nuevo año, te invito a que te crees tu propio espacio para liberarte de tus opresiones. Piensa en las situaciones por las que pasas, y de las que te arrepientes, una y otra vez. Pueden ser personales, familiares, sociales, profesionales. Ahora, piensa en las alternativas. ¿Cómo estás respondiendo y cómo quisieras responder en vez? ¿Qué estás consiguiendo ahora y qué quisieras conseguir en vez?
Las resoluciones han perdido su reputación porque resultan poco efectivas. Me pregunto si tiene que ver con que las resoluciones son más como un deseo y menos como un compromiso. Me pregunto si es porque la resolución es el resultado, pero fallamos al no pensar en el proceso. Me pregunto que si al considerar (y ensayar) las alternativas, nos podríamos ir preparando para lograr lo que nos proponemos. Las transformaciones personales no ocurren de un momento para otro, pero en la medida en la que creemos el espacio para cambiar, lo iremos logrando poco a poco.
Mañana 9 de enero, te invito a sintonizar mi Instagram Live a las 7:00 p.m., donde hablaré más acerca de cómo realizar este ejercicio para armar nuestro propio mini Teatro del Oprimido. Les deseo a todos un fantástico 2018. Ojalá empiecen este lunes y este año, con el pie derecho. Con cariño, Stefy.
La autora es promotora de emprendimiento