OPINIÓN. En pocos años Panamá podrá cumplir una década de experimentar gran crecimiento económico, a pesar de un período corto de desaceleración durante la gran recesión de la economía mundial, causada esta por dramáticos desequilibrios financieros, provenientes de fuentes privadas y públicas.
Este buen desempeño ha tenido consecuencias positivas para las finanzas públicas panameñas, permitiendo aumentar los ingresos del gobierno, con superávits o pequeños déficits. Como resultado, la deuda pública aumentó menos que el producto interno bruto (PIB).
Con una tasa de crecimiento poblacional inferior al aumento del PIB, el ingreso por habitante ha ido en aumento, también hemos podido ir reduciendo la pobreza, desempleo e informalidad; aunque el avance es notable, aún tenemos muchísimo por hacer al respecto.
Teniendo tan fresco en la memoria las nefastas consecuencia sociales que causaron perturbaciones financieras en muchos países, y sin olvidar los terribles efectos humanos y materiales de diversos desastres naturales alrededor del mundo, no comparto el deseo nacional de crecer el gasto público por encima de ingresos ya aumentados, con inevitables consecuencias de ascenso de la deuda pública.
La dispensa para aumentar el déficit que solicitan nuestros gobernantes parece que tendrá aceptación ciudadana, lo cual nos hace co-responsables de dichas medidas.
Nuestras condiciones económicas que aquí describo, permiten lograr ahorro, o al menos equilibrio en las finanzas públicas, evitando un incremento de la deuda y acelerando la reducción de la relación deuda/PIB.
Esto potencia el círculo virtuoso, mejorando el perfil de riesgo del país, atrayendo más y mejores inversiones locales y extranjeras, que se traducen en empleos y mejoramiento de los ingresos de las familias panameñas.
Finanzas públicas aún más fortalecidas nos permiten enfrentar con determinación situaciones adversas, tanto externas como internas, ya sea para estimular el crecimiento económico cuando las condiciones así lo exigen, o enfrentar condiciones adversas de la naturaleza.
Lo contrario nos lleva a aumentar la deuda que tendremos que pagar en el futuro, ya sea recortando gastos, subsidios, beneficios sociales, y aumentando impuestos.
Por otro lado, tengamos presente que los precios de los combustibles, los alimentos y las materias primas siguen creciendo; esto conjugado con un importante aumento de la demanda interna que ya recalienta la economía, pone gran presión –adicional a la exógena– sobre los precios, con gravísimas consecuencias para los grupos más vulnerables de nuestra sociedad.
Solo pasemos la mirada por lo que están atravesando países ricos como Estados Unidos (EU), Japón y España, para mencionar solo tres.
La situación de las finanzas públicas de los tres es gravísima, y los niveles de desempleo en EU y España son terribles.
Proponernos como país no aumentar deuda y pasivos contingentes es duro, impopular y hasta incomprensible para muchos, pero lo responsable es actuar como nación de “buenos padres de familia”.
