En el pasado, he escrito acerca de la oportunidad que tenemos como padres para enseñarles a nuestros hijos cómo manejar sus finanzas. En este artículo, quisiera compartir con ustedes la experiencia de una persona cuyo padre le enseñó una de las lecciones financieras más importantes de la vida: si quieres algo, tienes que trabajar para obtenerlo.
Esta persona me contó que en su familia se usaba un sistema en el cual cuando se trataba de cosas básicas (alimentación, atención médica, etc.) los padres pagaban todo. Pero cuando se trataba de cosas que se consideraban “caprichos” de los niños, si él o su hermana querían comprar algo, ellos tenían que aportar la mitad de la compra.
Me explicó: “Cuando tenía 12 años mi bicicleta de niño no me servía. Quería una bici más grande para andar por el vecindario. Le comenté esto a mi padre y me dijo que estaba de acuerdo. Fuimos a la tienda y el modelo que quería costaba $75 (¡en esa época eso era mucho dinero!). Mi padre me dijo que, después de haber visto las opciones, le parecía que una bicicleta buena no debería costar más de $50. Dicho esto, me dijo que con mucho gusto podríamos comprar la bicicleta de $75.
Lo único es que yo tenía que darle la mitad de la diferencia del costo (la mitad de los $25 o $12.50). Tenía dos opciones: quedarme con una bicicleta normal o ver cómo hacía para comprarme el modelo que quería. Escogí la bicicleta de $75. Trabajé por meses hasta que tenía la plata. Cuando estaba listo, llevé el dinero a mi padre y compramos mi bicicleta nueva. Amaba esa bici y te comento que yo era el único de mis amigos que cuidaba su bicicleta.
Por supuesto, tuve que trabajar para ganármelo”.
Continuó: “Cuando tenía 17 años quería un auto. Mi padre me dijo claramente que no consideraba darle un carro a su hijo como una de sus responsabilidades. Sin embargo, dijo que me compraría el auto que quería, siempre y cuando yo aportara la mitad del dinero. Otra vez, tenía dos opciones: quedarme sin auto o ver cómo generaba el dinero. Trabajé por dos años hasta que tenía $1,750, que era la mitad de mi presupuesto para un auto usado.
Cuando estaba listo, fuimos a comprar mi auto. Otra vez, yo era el único de mis amigos que cuidaba su auto. En parte porque lo había trabajado, pero también porque si algo se dañaba yo tenía que correr con el 100% de los gastos de la reparación”.
El sistema arriba mencionado me parece genial, ya que elimina uno de los problemas más comunes entre padres e hijos: cuando un niño quiere algo, pero a sus padres les parece innecesario comprárselo o que es un “capricho”.
Bajo este sistema nuestros hijos saben que tienen nuestro apoyo (porque estamos dispuestos a ayudarles económicamente), pero a la vez aprenden una lección aún más importante: si quieren algo, tienen que trabajar para obtenerlo.