La edición de mayo del Harvard Business Review contiene uno de los mejores artículos que he leído en mucho tiempo. “La maldición del talento” es un artículo de Gianpiero y Jennifer Petriglieri, quienes han estado trabajando y estudiando el comportamiento de líderes y profesionales de alto desempeño.
“La maldición del talento” es una cárcel emocional y mental donde quedan presas las personas de alto desempeño, al no saber cómo manejar adecuadamente las expectativas de sus trabajo y sus habilidades.
Esta maldición es una paradoja que ataca a quienes rápidamente son reconocidos como “futuros líderes”, ya que el reconocimiento de su talento, de alguna manera, les termina robando ese talento.
La maldición del talento se caracteriza por tres elementos principales. Primero, pasamos de usar nuestro talento a probar que tenemos talento. Empezamos a actuar más por el reconocimiento que por los resultados. Nos empieza a preocupar más mantener nuestra reputación que realmente experimentar, lograr y aprender. Luego, nos preocupamos por mantener nuestra imagen (aunque en el fondo deseamos más autenticidad). Habilidades o actitudes que en algún momento nos dieron ventaja, se empiezan a desvanecer por la preocupación de mantener nuestra reputación. Si fuimos identificados como líderes por ser arriesgados y diferentes, dejamos de arriesgarnos para cumplir con las expectativas de los demás.
Finalmente, eso nos lleva a posponer lo que consideramos “trabajo con significado”. Cuando una persona se siente atrapada por las presiones y expectativas, se pone la meta de “aguantar” ese trabajo por la recompensa que promete el futuro: hacer lo que en realidad queremos, siendo quienes en realidad somos. Cuando trabajamos para el futuro, el presente pierde valor y nos empezamos a sentir alienados o desmotivados de nuestro trabajo, nuestro talento y nuestro propósito.
La maldición del talento no solo nos roba a nosotros de nuestro talento, sino que le roba al mundo lo que podemos lograr a partir de ese talento. Es tan irónico que lo que nos empuja pueda ser lo mismo que nos detenga, que debemos identificar si somos víctimas de esta maldición para romperla. Pronto. Para hacerlo, los Petriglieri ofrecen tres consejos:
1. Domina tu talento: No dejes que tu talento te domine a ti. Cuando tu talento se convierte en tu identidad, cada reto por el que pases profesionalmente se sentirá como un reto personal. La respuesta de dominar tu talento está en algún lugar del punto entre conocer las expectativas que los demás puedan tener sobre tu trabajo, pero ni seguirlas ciegamente ni ignorarlas por completo. Tenemos que saber qué quieren nuestros clientes (internos y externos) pero no dejar que la expectativa nos consuma.
2. Trae a tu “yo real” no a tu “yo ideal” al trabajo: Es tentador mostrar solo la mejor versión de nosotros mismos. Sin embargo, nuestros talentos comúnmente vienen de heridas y rarezas, son el resultado de ansiedad, creatividad de frustración o resiliencia de lecciones aprendidas a través de situaciones difíciles. En vez de apenarnos o incluso estar abrumados con las partes más “oscuras” de nosotros mismos, debemos aprender a canalizarlas adecuadamente.
3. Valora el presente: Este es el paso más importante para romper la maldición. Piensa que las expectativas, presiones y dudas a las que te enfrentas, son los retos a los que se enfrentan todos los líderes. Enfrentarlos no son “pruebas” para medir nuestro nivel de liderazgo, son las características intrínsecas de liderar. Aprovecha el momento actual con sus oportunidades y obstáculos como un destino en sí, valioso y significante por lo que es; y no por lo que podría representar en un futuro.
Comparto los puntos más importantes de este artículo, ya que el mundo digital en el que vivimos y trabajamos actualmente multiplica la presión social. Creo que sería una lástima que como generación echáramos a perder nuestro talento bajo la “maldición” de los likes y las expectativas.
En vez de permitir que una oportunidad se sienta como un peso, debemos reconocer la oportunidad, la dificultad que conlleva, y batallarla con atención e intención. La mejor manera de aprender y avanzar es siendo y haciendo, no solo pareciendo. El cambio no viene del potencial, viene de la acción. Progresar no se trata solamente acerca de trabajar con talento, sino acerca de trabajar también con pasión, propósito y paciencia.