Mi padre



Pedro Barsallo falleció el 17 de mayo a los 86 años. Fue un gran hombre, padre y esposo.

Quiero dedicarle esta columna en la que llevo escribiendo por muchos años sobre gobierno corporativo, blanqueo de capitales, ética, transparencia, mercado de valores y derecho corporativo a quien me inculcó con el ejemplo los valores para intentar hacer siempre lo correcto.

Rodrigo Noriega le preparó un sentido In Memoriam del cual la familia estamos muy agradecidos.

Quiero destacar otros aspectos de mi padre como profesor. Fue un docente innato. Durante más de 40 años formó a miles de abogados. No cursó diplomado alguno de docencia superior. El enseñar le venía con facilidad, pero también le implicaba gustosos sacrificios. En su época a sus colegas de grandes firmas se les invitaba a no dedicarse a la docencia. Era perder tiempo para hacer dinero. Él invertía el tiempo en la preparación rigurosa de sus clases. No era correr del escritorio, al tranque, al salón de clases a leer un folleto. Su horario incluía varios trabajos, iniciando muy temprano con la investigación jurídica, reseñando fallos y doctrina. Noches en su estudio preparando su clase y sus famosos apuntes, en los cuales, mi madre, Carmen Pérez de Barsallo era su cómplice. Combinaba la enseñanza con la práctica. Daba la primera clase de la mañana para irse luego a su oficina a tratar dos aspectos fundamentales del derecho: la contratación y el litigio. Nos enseñó a mi hermana, la Dra. Vanessa Barsallo de Jácome, y a mi, la importancia de dominar ambos aspectos.

Como profesor fue exigente. Las muestras de agradecimiento recibidas de sus estudiantes son testimonio de una labor bien cumplida. No fue políticamente correcto. Sus comentarios y apreciaciones no pasarían los estándares actuales.

Rehuía los medios. Era extremadamente reservado, no obstante sentía la necesidad de transmitir conocimiento. Parte de esa vocación lo llevaba a escribir. No le era suficiente el tiempo muy mal remunerado dedicado a la enseñanza formal. Invitaba a los que identificaba como buenos estudiantes a sesiones adicionales, que no eran reconocidas por la facultad. En ellas compartía, artículos y experiencias.

Ser docente influyó en el trato a sus clientes. Y los tuvo buenos, exigentes y muchos. Un Joaquín de la Guardia de Pribanco, un Olegario Barrelier del Chase, a quienes apreciaba mucho y agradecía la confianza por el respeto y deferencia que tenían por sus consejos legales. Mi padre se los brindaba con la mayor buena fe y dedicación. El contraste hoy es marcado. Clientes no respetan a sus abogados, los cuales no se dan a respetar y no actúan muchos de buena fe con sus clientes.

Son estos detalles del ser humano detrás del profesor los que me han demostrado, con los miles de mensajes recibidos de sus exalumnos, que al final de la vida esto es todo lo que queda. Es lo que podamos dar a otros con la esperanza de que algunos de esos otros hagan lo mismo cuando les corresponda.

Ese legado de mi padre vive en mi, mi hermana y nuestra madre y nos llena de mucho orgullo.

El autor es abogado.

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