Si Rusia necesitaba un recorderis de los costos que implicaría ignorar el cambio climático y la transición hacia una energía más limpia, 2020 lo ha logrado. El masivo derrame de combustible en el Ártico parece haber sido causado por el derretimiento del “permafrost”. Una ola de calor ha dado vida nuevamente a los incendios forestales de Siberia, que el año pasado quemaron 16 millones de hectáreas y sofocaron a ciudades. El petróleo, por su parte, sigue convaleciente tras caer a su precio más bajo en más de dos décadas.
Infortunadamente, la alarma aún no suena en el Kremlin. El presidente Vladimir Putin, cuya base energética depende de los hidrocarburos, ha vacilado sobre el calentamiento global a lo largo de los años. Se ha alejado del escepticismo total, pero sigue intrigado por el beneficio de un Ártico que se descongela y no está convencido del cambio climático.