De niño gocé de hermosos atardeceres en el parque Porras de Calidonia. Era el jardín de las casas de quienes en dicha área residíamos, y servía de sitio de encuentro de mamás y abuelas, quienes encontraban en la sombra del monumento a quizás el más insigne político panameño, Belisario Porras, el refugio necesario para dar rienda suelta a la conversación rica de fin de día.
Los atributos de líder auténtico y visionario del doctor Porras no caben en esta columna. En un tiempo de carencias esenciales en materia de infraestructura y en el despertar de una república sin identidad, el conocido como el “arquitecto de la nación” impulsó todo tipo de inversiones en carreteras y obras públicas que le crearon un interminable número de adversarios políticos y enemigos personales.
Por cosas de la vida regresé de noche, pero rodeado de luz, al parque Porras, ahora de adulto, preocupado por el devenir de mi país y casi derrotado por años de escandalosos actos de corrupción que han dominado el firmamento político y que ponen en peligro el Panamá que nuestros próceres y mártires nos legaron.
Allí me quedé mirando a Porras, que estoicamente y desafiante mira al horizonte con inusitadas ganas. Al pie del monumento me golpearon las palabras del irrepetible Ricardo Miró honrando la memoria del gran líder liberal donde todavía reza: “Irán otros conmigo a la romería de todos los que oyeron tu noble acento un día como un sonoro látigo vibrando contra el mal”.
Y es que, dolorosamente, el mal se personaliza cuando conocemos a los falsos profetas, pseudolíderes que, teniendo en sus manos la posibilidad de hacer proyectos en pro de un país justo y ecuánime, optaron por ultrajarlo, por violar el derecho de generaciones a una educación de calidad; eligieron olvidar a los pueblos originarios y escogieron hacer poco por mejorar los servicios de salud pública a los que todos aspiramos. Son tiempos realmente complejos que, a veces con rabia, nos golpean la cara y no nos dan siquiera respiro para arremeter de vuelta.
En el medio de la desesperanza que apaga voces aparece, cual oasis en el desierto de Sarigua, la figura del doctor Bernardo Kliksberg, uno de esos raros pensadores de contenido filosófico profundo, pero con la habilidad para conectar con las mentes menos privilegiadas. Lejos de proponer concretas soluciones a los miedos que nos aquejan, el doctor Kliksberg pinta una serie de etapas, revoluciones que acontecen diariamente y que pudiesen servir de guía para el próximo arquitecto nacional en la búsqueda de un camino que regale al menos esperanza.
Y es así como Kliksberg nos convence de que la complejidad de los temas que hoy enfrentamos jamás había sido presenciada. Nos invita a acoger los cambios tecnológicos como herramientas de buena vibra; a no menospreciar la relevancia del medio ambiente y el equilibrio climático, y a reconocer de una buena vez que la discriminación en contra de la mujer ha condenado al planeta a vivir en una profunda oscuridad, afectando incluso el crecimiento económico global. Salí inyectado de buena energía después de escuchar a Kliksberg, pero regresé al cuestionamiento básico del replanteamiento de nuestro caudillo Porras, que hizo nuevas leyes, reformó organizaciones, creó el Banco Nacional de Panamá, el asilo de la infancia, nacionalizó la Lotería Nacional de Beneficencia, reconstruyó los Correos Nacionales y Telégrafos, y se me agota el espacio para numerar tanto logro.
El 5 de mayo está a la vuelta de la esquina y la tamaña responsabilidad de elegir al sucesor del “arquitecto de la nación” pesa sobre nuestros hombros. Ojalá tengamos la tranquilidad, sabiduría y claridad para reconocer que en el mar de desafíos señalados por Kliksberg, es posible seguir las huellas de Porras para que Panamá sea de nuevo digna en cómo crece y noble en cómo vive. Seguimos.
El autor es economista