Un tesoro de chatarra

Un tesoro de chatarra


Jorge Jiménez intuía qué le iban a contestar y con qué cara desde el momento en que abrió aquella puerta por primera vez: que eso no era oro, que “no me haga perder el tiempo”.

—Tenemos 20 años de experiencia en esta rama, y le digo que eso no es oro—, anunció altanero el comerciante, negándose a evaluar aquel polvo que parecía pero que no olía a café.

—Por favor, evalúelo— lo invitó Jorge, con la calma de quien sabe de su certeza.

El empresario, de mala gana, accedió a hacer la prueba: tal vez para probar científicamente el acierto de su juicio sobre el de aquel desconocido; por la mera curiosidad de encontrar oro en un polvillo negro; o, simplemente, porque cobraría por hacerlo.

El resultado disipó cualquier estela de duda: contenía 72.5% de oro (que equivale a una pureza de 18 quilates); 19.4% de plata; 4.51% de cobre; 1.25% de iridio; 1.04% de hierro; 0.49% de níquel; 0.43% de paladio; y 0.31% de plomo.

El hallazgo congregó en el mostrador al dueño del local comercial.

—¿De dónde sacó eso? —preguntó incrédulo—. ¿Es raspadura de orfebrería?

—No— respondió Jiménez—. Lo obtuve mediante un proceso químico.

EL VALOR DE RECICLAR

Jorge Jiménez es ingeniero industrial, y se ha pasado los últimos 5 de sus 58 años afinando su proceso químico para extraer en el estado más puro posible los metales preciosos (oro, plata y los seis metales del grupo de platino) de los teléfonos celulares y computadoras. Precisamente, en sus tarjetas de fibra de vidrio, donde están soldados los órganos que les -nos- dan vida.

Minerales como el oro y la plata son excelentes conductores de corriente, y se encuentran en estos dispositivos en los circuitos integrados, las soldaduras de paño, en ínfimas cantidades: un celular posee en promedio 0.025% de oro en su interior.

Unos 40 celulares esconden en conjunto un tesoro de 1 gramo de oro. Esta cantidad parece -es- poca si se considera que la onza (28 gramos) de oro spot ayer cerró en el mercado internacional en $1,290.

Por eso, Jiménez enseña que el negocio del reciclaje de chatarra electrónica se basa en la cantidad. En media tonelada de celulares se puede extraer oro por unos $20 mil.

Jiménez calcula que el costo-beneficio de este proceso es de 3 a 1. Es decir, que invirtió unos $7 mil para lograr los $20 mil. La ganancia: $14 mil.

En Panamá, dice, el negocio de la chatarra electrónica se concentra en reciclarla, clasificar las partes y exportarlas a países como China o India, donde se realizan los procesos químicos para obtener los metales que se pueden comercializar o reutilizar. Él lo hace en Calidonia, en una bodega devenida en almacén y laboratorio, y afirma que es el único en dar este paso. Tampoco hay registro de que no sea así.

Más allá del negocio que yace en el reciclaje de este tipo de artículos, no hacerlo implica un importante riesgo medioambiental por los metales que los componen.

PURA QUÍMICA

No todo el mundo puede conseguir los implementos necesarios para hacer este proceso químico, ni sabe cómo manipular ácido sulfúrico, ácido clorhídrico o metabisulfito.

Como si tuviera superpoderes, Jiménez tiene la capacidad de deshuesar en su cabeza la tarjeta madre de un celular o de una computadora y saber qué se puede aprovechar y qué se puede vender.

O, avisa, señalando un carro que pasa lento por la Calle 30 Este, que en la mala combustión de un auto los gases que pasan por el convertidor catalítico están impregnados de paladio y platino. Y eso se puede vender.

“Y bueno”, dirá con una sonrisa de resignación y complicidad, “soy ingeniero industrial”.

Vivió 30 años en Puerto La Cruz, Venezuela, y obtuvo su título en la Universidad de Oriente. En 2006 abrió junto a sus tres hermanos su empresa Insumos del Istmo, que elabora y comercializa productos químicos de limpieza.

Por donde se mire hay cajas repletas de tarjetas madre de celulares y computadoras. Las que brillan más aún no han pasado por el proceso de extracción de los metales; las que menos, ya aportaron su cuota preciosa al tesoro del químico. Igual, siempre se les puede extraer un poco más.

Jorge habla de química y le brillan los ojos: no oculta la sonrisa que le genera la charla, a pesar de que le ha tocado repetir sus explicaciones más de dos veces.

Por ahora se concentra en las placas de celulares y computadoras, que obtiene canjeando -a veces pagando- con productos de limpieza a distintas empresas del sector, escuelas, compañías y tiendas de reparación que tienen equipos electrónicos en desuso.

También participa en licitaciones públicas que realizan instituciones del Estado, al momento de deshacerse de sus equipos obsoletos.

En Panamá, se estima que se generan entre 400 y 500 toneladas métricas de chatarra electrónica cada año, y que hay unos 150 celulares por cada 100 personas.

Entre convenios y pagos, Jiménez logra recaudar cerca de una tonelada de celulares en desuso por mes.

Cuenta que la burocracia hizo que se interesara por este negocio. Que su empresa ya tiene tres registros sanitarios; que cada día le exigen más cosas para operar. Así, empezó a estudiar el reciclaje de metales preciosos en la chatarra electrónica.

Por la naturaleza de su empresa, que está inscrita a la oficina estatal Conapred (Fiscalización y Control de Precursores Químicos), Jiménez puede conseguir los químicos necesarios para el proceso.

Además de apoyarse en su profesión y en los libros de química, YouTube le ha servido como ayudante de laboratorio. Aunque ya logró separar los metales preciosos y alcanzar hasta un 85% de oro en una de sus pruebas, indica que todavía no está listo para salir a vender su producto.

Para dar ese último paso, y mientras sigue purificando su técnica, negocia con un inversor que estaría dispuesto a comprar la máquina de $18 mil con la que se evalúa el contenido del polvo color café que resulta del proceso químico.

Cuando adquiera el aparato -espectrógrafo de gases-, Jiménez logrará acelerar su proceso de ensayo y error de los últimos cinco años, y extraer los metales preciosos con mayor pureza. De paso, dejará de tocar la puerta de aquél comerciante, cuyo juicio ante lo físico se disolvió en la astucia de la química.

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