Con sus hoteles vacíos, las playas desiertas y anulaciones a granel, el Sudeste Asiático, particularmente dependiente del turismo, paga un alto precio por la epidemia del nuevo coronavirus con pérdidas evaluadas en varios miles de millones de dólares.
La atmósfera es sombría en la estación balnearia de Pattaya, uno de los destinos favoritos de los chinos en Tailandia.
La costanera, habitualmente muy animada, está despoblada, los barcos con turistas permanecen en el muelle, y en los pequeños puestos del mercado flotante hay mal humor.
En la reserva de elefantes de Chang Siam Park, principal atracción de la ciudad, Ma Mya, vendedora de souvenirs, ha visto sus ganancias caer a la mitad. Si esto sigue así, voy a tener que volver a casa, suspira la joven de la tribu Kayan.
El parque recibía de mil 500 a 2 mil visitantes diarios. Hoy en día son apenas poco más de 200. Ya perdí 65 mil dólares, cuenta Nantakorn Phatnamrob, dueño del lugar.
En Camboya, incluso los famosos templos de Angkor se ven afectados, ya que la venta de billetes cayó entre 30 y 40%, según cifras del ministerio de Turismo.
La misma situación se corrobora en Vietnam: 13 mil habitaciones de hotel ya fueron canceladas en Hanói y las visitas a la joya del país, la Bahía de Halong, se desplomaron más del 60%.
Para mostrar que aprendieron la lección de la epidemia de SRAS (Síndrome Respiratorio Agudo Severo) de 2002-2003, las autoridades chinas tomaron medidas draconianas. Desde fines de enero. Pekín puso en cuarentena a por lo menos 56 millones de habitantes y prohibió a toda la población los viajes organizados al extranjero.