En 1947, Harry S. Truman pronunció un discurso en el Congreso de Estados Unidos, advirtiendo sobre las intenciones de la entonces Unión Soviética de expandir la ideología comunista a Grecia y Turquía, las cuales estaban inmersas en una lucha contra la subversión comunista. En respuesta, el congreso norteamericano asignó fondos para apoyar a esos países y prevenir la toma del gobierno por los comunistas, sin enviar tropas estadounidenses al conflicto.
El discurso de Truman se convirtió en la Doctrina Truman, la cual guió la política exterior de Estados Unidos (EU) desde 1947 hasta el colapso de la Unión Soviética en 1991. La Doctrina Truman se apoyó en la estrategia de la “contención” desarrollada por George F. Kennan, un diplomático americano asignado a la Embajada de Estados Unidos en Moscú, quien escribió un largo telegrama al Departamento de Estado en 1946 explicando la naturaleza de la conducta soviética.
En el telegrama, Kennan recomendaba una política exterior hacia la Unión Soviética basada en “una contención vigilante, de largo plazo, paciente, pero firme frente a las tendencias expansionistas”.
Este pensamiento dio origen a la Guerra Fría, una batalla ideológica, la cual dividió el mundo en el Bloque Occidental, liderado por Estados Unidos, y el Bloque Oriental liderado por la Unión Soviética, aunque mas tarde la República Popular de China (RPC) se distanció de la Unión Soviética para desarrollar su versión maoísta del comunismo. En este contexto, la prioridad de la política exterior de EU fue prevenir el avance del comunismo en el mundo.
La Guerra Fría no fue un conflicto directo entre Estados Unidos y la Unión Soviética, sino que se desarrolló a través de guerras de poder en diferentes países de Asia, África y América Latina, donde cada superpotencia brindó apoyo a sus seguidores.
El colapso de la Unión Soviética en 1991 puso fin a la Guerra Fría, dejando a EU como la única superpotencia militar y económica en el planeta. Sin embargo, otro competidor importante comenzó a emerger en el horizonte: China.
Como mencioné antes, la RPC se había distanciado de la Unión Soviética debido a diferencias sobre la interpretación del marxismo en varias áreas, incluyendo el desacuerdo del líder chino, Mao Zedong, con la política de la Unión Soviética de coexistencia pacífica con Estados Unidos, cuando el líder chino prefería una postura mas beligerante hacia Occidente.
Curiosamente, el cisma sino-soviético provocó una nueva aproximación entre China y Estados Unidos, conduciendo al establecimiento de relaciones diplomáticas en 1979. Ese mismo año, Deng Xiaoping y otras figuras claves del Partido Comunista Chino habían iniciado la implementación de reformas y apertura de la economía china, la cual Jiang Zemin denominó “economía de mercado socialista”, adoptando características capitalistas y apartándose del modelo de economía centralizada.
Con el nuevo pensamiento económico de Deng, China inició un proceso de modernización económica, atrayendo la inversión extranjera y liberalizando el comercio, lo cual resultó en un crecimiento promedio del producto interno bruto de 9.5% por año desde 1979 a 2019.
Antes del cambio en la política económica, la RPC era un país atrasado, con una estructura productiva deficiente y relativamente aislado del sistema de comercio global.
No obstante, como señaló Wayne M. Morrison, especialista en Finanzas y Comercio de Asia, en un estudio de 2019, la nueva política de Deng sacó de la pobreza a cientos de millones de personas y transformó China en el productor manufacturero y comerciante de mercancías del mundo, así como un enorme poseedor de reservas monetarias internacionales. En particular, China se convirtió en el principal socio comercial de EU, siendo este el tercer mercado mas grande para las exportaciones chinas, el mayor importador de productos chinos, al tiempo que el gigante asiático se transformó en el mayor poseedor de títulos valores del Tesoro de EU.
Esta nueva política también facilitó el camino de China para convertirse en miembro de la Organización Mundial del Comercio en el 2001, estableciendo una plataforma más fuerte para penetrar los mercados bajo las reglas del comercio internacional.
Nueve años después de acceder al organismo de comercio internacional en 2010, China se convirtió en la segunda economía del mundo, desplazando a Japón a la tercera posición.
Sin embargo, el fuerte posicionamiento económico de China comenzó a generar quejas de los formuladores de políticas y hombres de negocios de Estados Unidos, argumentando que las políticas industriales de China bajo una forma autoritaria de capitalismo de Estado estaban minando la economía norteamericana, generando un enorme déficit, ilegalmente apropiando los derechos de propiedad intelectual y forzando a las compañías estadounidenses en China a transferir tecnología, a fin de realizar sus operaciones en ese gran mercado.
Estas quejas fueron fuertemente expresadas durante la campaña presidencial de 2016 en Estados Unidos por el entonces candidato Donald J. Trump, quien después de asumir la presidencia adoptó una política comercial de línea dura hacia China, imponiendo tarifas comerciales de $500 mil millones a los productos chinos desde julio de 2018. A su vez, China impuso tarifas de $185 mil millones a productos de Estados Unidos.
Luego de dos años de conflicto comercial entre los dos países, parece haber una luz al final del túnel. Ambas naciones han firmado un Pacto Comercial de Fase Uno en enero de este año, mediante el cual Estados Unidos eliminó las tarifas que se iban a implementar en diciembre de 2019 y reafirmó su compromiso a una reducción de tarifas por un valor de $120 mil millones en productos chinos, mientras que China acordó comprar $200 mil millones adicionales en productos manufacturados, energéticos y agriculturales, así como servicios por los próximos dos años.
El Pacto Comercial de Fase Uno establece las medidas que China ha tomado para realizar cambios estructurales, los cuales asegurarán mayor protección de los derechos de propiedad intelectual, eliminarán la transferencia forzada de tecnología sobre las compañías norteamericanas y atenderá otros temas como el tipo de cambio y política monetaria.
Aunque pareciera que se ha avanzado hacia la solución del conflicto comercial, Estados Unidos ha emprendido otras acciones que han generado tensión, como la prohibición para desarrollar la tecnología de Quinta Generación de Redes Móviles (5G Network) de las compañías Huawei y ZTE en el mercado norteamericano.
Los expertos de seguridad de Estados Unidos consideran a estas compañías como una extensión del sistema de vigilancia del gobierno chino, y especialmente, dado que cualquier compañía local o extranjera operando en territorio chino está obligada por las leyes de seguridad del Estado a compartir información a solicitud de las autoridades chinas.
En vista de ello, Huawei y ZTE se han convertido en un interesante caso de estudio relacionado al surgimiento de un nuevo y potencial conflicto digital en el mundo, donde ya los “Cinco Ojos” representados por las cinco comunidades de inteligencia de Estados Unidos, Reino Unido, Canadá, Australia y Nueva Zelanda han advertido sobre los riesgos de seguridad al tratar con compañías de telecomunicaciones chinas.
El país asiático ha rechazado estos señalamientos, indicando que se trata de una campaña de desprestigio contra compañías de tecnología que han demostrado su éxito en los mercados globales.
En la era digital, las compañías de telecomunicaciones juegan un papel fundamental en la digitalización de las actividades humanas. Por ello, en este nuevo contexto, los países tendrán que seleccionar cuidadosamente las compañías que estarán a cargo de su red de telecomunicaciones, con el entendimiento que estamos en medio de un conflicto de tecnología digital.
De hecho, luego de que el gobierno chino promulgara la nueva ley de seguridad en Hong Kong, en junio de este año, varias compañías están evaluando la conveniencia de permanecer en Hong Kong o trasladarse a otra jurisdicción.
Además de los cinco países anglófonos, estamos observando a importantes países europeos como Francia, donde el Presidente no está prohibiendo las actividades de Huawei, pero sin duda escogerá compañías de telecomunicaciones como Ericsson o Nokia para desarrollar su red 5G.
El liderazgo chino tiene una tarea compleja por delante, tratando de persuadir a los países alrededor del mundo de que sus compañías de telecomunicaciones no son usadas para colectar información de inteligencia, con miras a avanzar los intereses del Partido Comunista Chino en la arena internacional. O simplemente tendrá que usar su poder de mercado para lograr apoyo global para su red 5G y otras tecnologías. Y seguramente, habrá un número plural de países que se suscribirán a la tecnología de telecomunicaciones de China, la cual verdaderamente posee una alta calidad y precios razonables.
En las discusiones comerciales entre China y Estados Unidos, ambos países pueden incluir y alcanzar un acuerdo en torno al tema de la red 5G, donde los gigantes tecnológicos de China tales como Huawei y ZTE accedan a ser auditados por el Consejo de Vigilancia Contable de las Compañías Públicas de Estados Unidos de la misma forma que las compañías americanas o europeas son auditadas en sus respectivos países. Esto ayudaría a las compañías chinas a demostrar que están comprometidas con la transparencia y normas de acceso a la información.
De lo contrario, el planeta entero entrará en un nuevo conflicto digital entre los Estados Unidos y China, con dos bloques tratando de contenerse en lugar de cooperar con el otro, y con un potencial para convertirse también en una confrontación financiera de incalculables consecuencias debido a la fuerte interdependencia de estas dos grandes economías.
El autor es consultor comercial y exembajador de Panamá en Japón

