Somos, soy, rápido en el arte de emitir críticas y juicios. Más que arte constituye una pésima costumbre que usualmente lleva a errores garrafales, o peor aún, a infligir heridas que raramente cicatrizan. Pero lo que sigue no es crítica sino algo de realidad dolorosa y desesperante considerando que después de 30 años de vida democrática posdictadura y de registrar una bonanza inusual en la región, hay que estar listos para admitir que hoy somos el “próximo Singapur” que nunca fue. Mucho nos faltó para materializar la sostenibilidad necesaria para que el desarrollo humano, el progreso real llegara a un mayor número de panameños y, sin ánimo de enjuiciar a alguien, simplemente fallamos.
La pregunta de qué sigue aplica para el país y para cada individuo que aquí habita porque estamos viviendo momentos críticos en debilidad institucional, administración de justicia y dinamismo económico. En medio del festival de derroche carnestolendo dará inicio una campaña electoral que dominará nuestra atención con devoción inédita por las consecuencias que están en juego.
El agua sobra en el cisterna, pero hace falta en Mañanitas y en la 24 de Diciembre; la fritanga reina en el plato afuera del parque mientras las comarcas siguen padeciendo hambre, tosferina y casos de mal nutrición. Anochece con el gran tapón de reinas que con la farsa pretende alegrar a un país que creció 3.7% en 2018, la cifra más baja en reciente memoria, lejos del potencial identificado de 6% al cual debemos aspirar para tener los recursos y ejecutar planes que permitan menos desigualdad.
Por mucho tiempo nos hemos escondido tras el éxito del Canal de Panamá, su exitosa expansión y su noble gestión administrativa. Pero el momento de los pantalones largos llegó y debemos reconocer que algunas decisiones drásticas deben ser implementadas para darnos la oportunidad de mayor crecimiento y de sostenible progreso.
La falsa alegría del Carnaval que muchas veces es alimentada con el excesivo consumo de alcohol se equipara con los esquemas corruptos que inundaron al país de dinero originando ese falso, insostenible crecimiento que fue de la mano con la más irresponsable administración de deuda pública en nuestra corta vida republicana. Deuda y corrupción fueron los motores de un crecimiento que hoy pasa factura en la cotidianidad que no entiende de canasta básica impagable.
Para replantear el modelo económico que descanse en menos burocracia, reglas claras en materia de logística, compromiso con la modernización del sistema financiero, asesoría técnica al agro, más competitividad y enfoque en productividad , se necesita una luz diferente y un coraje que florezca desde lo más genuino.
Solo así nuestros ojos brillarán de nuevo con energía y no despertar con resaca del sueño bueno sino apostar a la esperanza que resuena en el despertar del día.
No, no tengo nada claro sobre el destino económico del país, o el norte individual, ese tan elusivo hacia dónde vamos, pero sí amanece la posibilidad de la promesa y la apertura real donde se alineen esfuerzos para la implementación de los acuerdos nacionales por la salud, por la educación, por el agro. Esto, por más cursi que suene, tiene que ver poco con planificación financiera porque está más ligado a lo que cuesta la voluntad que trasciende el color o el interés de un partido o de un político. Hoy es vital que para mejorar las oportunidades de progreso humano despertemos nuestro espíritu a la aventura sin ningún tipo de reservas, porque la incertidumbre del futuro se mitiga con trabajo, con educación, con un esmero obsesivo que sacude los cimientos del país que tiene el potencial de grandes logros. Pronto estaremos en los albores de un nuevo comienzo económico, social, financiero, pero antes que todo eso, estaremos más cerca de un país mucho más humano, honesto y mucho más nuestro. Hacia allá vamos.
El autor es economista