También hay un ingeniero, que se llama Luis Fasano, es esposo de la ex ministra Ivonne Young, sobrina de la ex primera dama Ruby Moscoso, que fue el encargado de controlar las obras y que a la vez, fue contratado para participar en ellas. Y como si esto fuera poco, la Corte Suprema de Justicia le ató las manos al Contralor General de la República, quien no ha podido meter sus narices en las cuentas de la fundación que administró los fondos del museo, para saber cómo se gastó el regalito taiwanés. Pues bien, aquí vamos.
El amigo.
La tranquilidad, a Taiwan, le ha costado ríos de sangre. Por su posición estratégica, cada vez que China tuvo problemas, la más perjudicada terminaba siendo la isla que, tarde o temprano, era atacada. Es extraño, tanta belleza nunca pudo disfrutarse en paz. Franceses, portugueses, japoneses: todos han matado y han muerto buscando dominar la isla.
Luego de la Segunda Guerra Mundial, se convirtió en el refugio de los chinos nacionalistas y democráticos que se instalaron allí para escapar de la revolución comunista. A partir de 1950, Estados Unidos decidió apoyar a Taiwan, que se presentaba como la resistencia democrática. Esta alianza fue fundamental para evitar la invasión roja. Bajo la tutela de Washington, Taiwan se convirtió en una sorpresa económica creciendo a pasos impensables.
Hasta que en 1970 las cosas cambiaron. Estados Unidos comenzó a tener relaciones con la China comunista, que ocupó el lugar de Taiwan en la ONU. El enfrentamiento entre las dos Chinas –que continúa hasta el día de hoy– obligó al resto del mundo a tomar partido. Ningún país puede tener relaciones con una, sin romper con la otra. La apertura de China popular fue ahogando poco a poco, el reconocimiento de Taiwan, que veía cómo su legitimidad se desvanecía. La isla se entregó a una batalla diplomática por su supervivencia internacional.
Apoyada en su poderío económico, la isla comenzó a poner en práctica lo que sus enemigos han bautizado como la “política de la chequera”, dejando fluir grandes sumas de dinero para los países amigos que hoy tan sólo son 26. Panamá es uno de los que mantiene relaciones con Taipei. Es decir, que reconoce a Taiwan como la verdadera China. Por eso, el flujo de efectivo es tan generoso.
En los últimos cinco años, Taiwan donó alrededor de 60 millones de dólares para financiar diferentes proyectos. Esa suma es tres veces mayor del dinero que invirtió Estados Unidos en ayuda, diez más que España y 48 veces más que Francia.
Jaque a la dama
Ruby Moscoso de Young tenía un sueño que no la dejaba dormir tranquila. Era consciente de que su estatura de primera dama un día se disiparía como un perfume, pero ella quería seguir ligada, de alguna manera, a la gestión cultural. Se dedicó entera al proyecto de un museo infantil, –antes llamado del Niño y la Niña, luego del Tucán y ahora... la Casa de la Cultura– como no hay ninguno en Centroamérica. Sería la obra de su vida.
Primero consiguió tierras de la Autoridad de la región Interoceánica (ARI), que le cedió trece hectáreas en los Llanos de Curundú –valuadas en 3.9 millones de dólares–. Luego le pidió financiamiento al gobierno de Taiwan. Le aprobaron seis millones de dólares y el sueño comenzó a tomar forma.
El tercer paso fue la creación de la Fundación Integral de la Niñez y la Juventud, en marzo de 2002. Ruby Moscoso se ocupó de su presidencia. En el despacho de la Primera Dama decidieron que la obra se llevaría adelante a través de la fundación y no desde el Estado.
En realidad, dicen ahora, esa no era ninguna idea nueva. “Eso fue lo que hizo Dorita Pérez Balladares con el Museo Explora: lo construyó estando en el gobierno, con aportes de Taiwan, a través de una fundación privada y ahora participa de su administración”, afirmó una funcionaria ligada a Ruby Moscoso.
Para explicar el porqué de este traspaso de fondos públicos a manos privadas, Ruby siempre ha dicho que tomó la decisión por pedido de la embajada de Taiwan en Panamá. “Durante la administración de Pérez Balladares [la embajada] había visto cómo sus donaciones se desviaban hacia otros proyectos”, continúa la misma funcionaria.
Sin embargo, en la embajada lo niegan. “De país a país dimos el dinero”, dice el embajador taiwanés en Panamá, David Hu, quien informa que los seis millones de dólares se dividieron en once pagos diferentes, suministrados a medida que pasaban las etapas de construcción.
Es llamativa la forma en que Taiwan controlaba el uso de los fondos. “Me traían fotos”, explica el embajador. ¿Usted ve el edificio del Tucán?, ¿lo ve? Bien. Ese es nuestro control”, sostiene el hombre, algo nervioso ante tantas preguntas.
No todos los países que donan dinero actúan de la misma manera. España utiliza un sistema al que llaman de “fondos mixtos”. Abren una cuenta a nombre de la Cooperación y de Panamá. Depositan allí las donaciones y cada cheque que extrae dinero es firmado por un representante del Ministerio de Economía y Finanzas (MEF) y otro de la Cooperación.
De esta forma, el margen de dudas se reduce bastante. Pero Taiwan piensa diferente: “Somos un país amigo y no sería respetuoso decirle a Panamá cómo controlar los gastos”, repite el embajador.
“Me da mucha pena con él”, se sensibiliza Ruby Moscoso. “Yo no quiero entrar en polémicas. Pero lo que puedo decir es que no hay ningún documento firmado que certifique que ese dinero era para el Estado. Ellos siempre supieron que le giraban dinero a una fundación privada”, detalló Moscoso de Young por teléfono.
“Nosotros nos queríamos quedar con el museo, nos parecía lo normal”, confiesa una mujer que trabajó con la señora Moscoso de Young y conoce la historia como pocos. “Porque mira, ¿qué pasó ahora? El museo no va. En Panamá siempre es lo mismo, cambia el gobierno y cambia todo. Y te confieso algo: menos mal que Dorita se quedó con el Explora, porque si no, anda saber que hubiésemos hecho con eso”.
Además, como no se sabe bien quién debe auditar a las ONG –ver recuadro– la Primera Dama se encontró con seis millones de dólares para gastar sin mayor supervisión que la propia conciencia.
Manos a la obra
Aclaración: entramos en terreno minado. Todas las personas y empresas que llevaron adelante la obra están muy sensibles y preferirían no tener que hablar del tema. “Si puedes, no me nombres”, repiten varios, esperando no salir salpicados con las sospechas que han rodeado este proyecto.
Los que desarrollaron los planos, luego de ser elegidos entre varios proyectos presentados, fueron los prestigiosos arquitectos Camberfort y Boza, que hasta fueron premiados por la Sociedad Panameña de Ingenieros y Arquitectos (SPIA) por su diseño del Tucán.
Con los planos en la mano, la fundación designó a Luis Fasano como coordinador del proyecto. Fasano es el esposo de Ivonne Young, la eterna compañera y ex ministra de Mireya Moscoso y, además, actual representante de Panamá ante el Parlamento Centroamericano.
Fasano es un ingeniero fanático de la hípica que siempre ha estado ligado a la construcción, sobre todo, al negocio del vidrio. Su padre era el dueño de Ventvue, la empresa que durante años estuvo a la vanguardia de la industria. Sin embargo, luego de la muerte de este, se alejó de la empresa que quedó a cargo de su hermano Max Fasano.
Para seguir con los negocios, Luis Fasano fundó Instalú. El agente residente de esa empresa era nada menos que el hoy magistrado de la Corte Suprema de Justicia Winston Spadafora. Sorpresivamente, Instalú fue contratada para llevar adelante las obras del llamado edificio inteligente. Era un proyecto genial pues el Credicorp iba a estar revestido de vidrios.
Sin embargo, lo que al principio parecía el trabajo de su vida, terminó siendo una pesadilla. Luego de serios problemas económicos, cuando finalizaba el año 97, Luis Fasano abandonó la obra. Fue un embrollo que condenó a Instalú al ostracismo.
Pero a Fasano el destino le tenía reservado un desquite. Seis años más tarde, volvió al edificio Credicorp, esta vez con la frente alta y vestido de gala. Era una noche especial. Celebraba su matrimonio con Ivonne Young, la madre de su hija Fabiola en el exclusivo City Club. Ruby Moscoso estaba presente. Era tía de la novia.
La historia de amor que une a Ivonne y Luis ha sido sinuosa, aunque con final feliz. Cuando la íntima amiga de Ivonne, Mireya Moscoso, llegó a la Presidencia, el amor resurgió con vigor. No sólo eso. También las actividades comerciales de Fasano, que fundó una nueva empresa, Aluvit, y además, comenzó a trabajar para el Despacho de la Primera Dama.
Fasano estuvo a cargo de coordinar las obras del Museo Tucán y también de las restauraciones del Teatro Nacional y la Iglesia San Francisco de Asís en el Casco Antiguo. Cuando se le pregunta a Ruby si no es un tanto desprolijo ubicar a familiares en puestos clave, ella responde que no. “¿A quién voy a poner?”, pregunta. “¿A un desconocido?”.
El clan Aguadulce
Para otorgar la construcción del museo, se realizó una “licitación privada”, es decir, que sólo participaban en ella las constructoras invitadas por el coordinador del proyecto, Luis Fasano. Aunque los dineros fueron donados de Estado a Estado –de acuerdo con Taiwan– eran manejados como si fueran propios. Y si no, ¿por qué no se hizo un llamado público?
El caso es que, aunque participaron varias de las empresas más importantes del rubro –Roberto Roy, Arturo Diez– la que ganó el concurso fue la desconocida Proindeco, una empresa creada en 1991, que presupuestó 4.54 millones de dólares por el trabajo.
Aún hoy, entre los especialistas, son contados los que han escuchado de ella. Al ganar la licitación, Proindeco sería la encargada de subcontratar a las empresas que finalmente llevarían la obra adelante. Su titular es el ingeniero Manuel Delgado.
Aunque su empresa no es conocida, su nombre sí lo es. Construyó el banco HSBC y el Do It Center de El Dorado. También fue el ingeniero que estuvo a cargo del levantar de hospital de Aguadulce, que terminó en un bochorno mayúsculo. Resulta que al hospital le faltaba un piso entero y por eso la Caja de Seguro Social –el cliente– puso el grito en el cielo. Finalmente, fue la aseguradora la que tomó las riendas del asunto y entregó el hospital terminado.
La empresa que llevaba adelante la construcción se llamaba Icomprosa y era propiedad de Alfonso González. Delgado era su gerente de campo. Tiempo después del conflicto del hospital, terminó quebrada.
Su gerente administrativo era Rodolfo Noriega, sobrino lejano del dictador Manuel Antonio, un outsider de la construcción que tendría el envidiable talento de siempre caer bien parado.
El ingeniero Fasano, coordinador del Tucán, fue subcontratado por Incomprosa para hacerse cargo de los vidrios y ventanas del hospital de Aguadulce. Noriega y Fasano eran grandes amigos, se conocían desde antes del hospital y este trabajo terminó de sellar su amistad.
Lo cierto es que durante la gestión de Fasano en el Despacho de la Primera Dama, “el clan del Aguadulce” estuvo presente en diferentes cargos. Noriega fue asesor del coordinador y Delgado, contratista del Tucán. Por eso, a nadie debe extrañarle que Delgado, para ponerle los vidrios al Tucán, no haya encontrado mejor empresa que la del coordinador del proyecto. Sí, la de Luis Fasano.
Entonces, el enredo es total: el coordinador del museo terminó siendo empleado del constructor que, por otro lado, estaba obligado a rendirle cuentas. “Yo no me contraté, a mí me contrataron” se defiende Fasano, en la que es, según dice, la primera y última entrevista que dará en su vida.
Extrañamente, la charla transcurrió en su auto, mientras daba vueltas, pasando por el taller de su empresa para mostrar lo austera que es. Claro, sin fotógrafos.
“Yo quisiera que escribieras con realce que los proyectos en los que trabajé se llevaron a cabo dentro de los presupuestos y de los tiempos convenidos. Y que fueron terminados y revisados por profesionales idóneos”, dice el esposo de la ex ministra Young, que tartamudea un poco cuando se le pregunta por sus lazos con Delgado, Noriega y Aguadulce. “Mira, yo trabajo desde hace mucho en el gremio y conozco a todo el mundo. No puedes poner en duda la licitación o decir que Proindeco hizo el museo porque yo ya conocía a Delgado. Además, la empresa fue evaluada por una comisión antes de que se le otorgara el trabajo”.
Es extraño eso. Fasano sabía que Delgado estuvo involucrado en el escándalo del hospital de Aguadulce y, sin embargo, eso no importó en lo más mínimo.
“Nadie puede decir que a mí me eligieron de a dedo”, se defiende Delgado, sentado en su oficina de la constructora San Damián, otra de sus empresas. “Yo gané la licitación y con ese edificio se ha hecho un gran trabajo”, explica el dueño de Proindeco, que sonríe y minimiza la gravedad de haber contratado al coordinador de su obra, es decir, Luis Fasano. Al que conoce “desde hace años”.
El ...¿museo?
Pero el tiempo no alcanzó y los sueños de Ruby Moscoso estallaron en pedazos. Y no sólo los suyos. Hubo un concurso de dibujo infantil, en el que se les prometió a 33 niños, los ganadores, que sus obras serían instaladas en formato gigante en el museo. Aún esperan ese día.
Encima de que no pudo terminar el museo a tiempo, Ruby, por consejo de Taiwan, se vio obligada a devolverle el edificio al Estado. Ese día, el del traspaso, nadie quiso ir a enfrentar a Vivian de Torrijos.
La que se hizo cargo, cuando todos miraban para otro lado, fue Leticia Fonseca de Arias, vocera del despacho. Y vaya aguacero que le cayó encima. La nueva Primera Dama recorrió el museo con gesto severo y paso elegante. Hasta llegó a afirmar: “Seis millones de concreto hay acá”.
“Al principio me decían que el bien se iba a manejar privadamente, que no le pertenecía al Estado. Y después, se entregó vacío. Yo me pregunto, ¿por qué se utilizó casi todo el dinero sólo para estructura?”, relata la actual Primera Dama que, desde el día de su visita, hizo del edificio su bandera de gestión.
Organizó una comisión de “notables” para evaluar el costo de la obra y otra para ver que uso iba a darle. “Por eso pensé en hacer una casa de la cultura panameña. Hay grupos de artistas sueltos por todos lados que intentan trabajar por la cultura, pero que no cuentan con apoyo”, culmina la Primera Dama que ayer mismo entregó “su” avalúo de la obra al ministro de la Presidencia, Ubaldino Real, para ver si este decide impulsar una investigación formal.
Los números
De los seis millones de dólares que aportó Taiwan, hasta la fecha, nadie ha visto un sólo comprobante que pueda certificar cómo se gastó el dinero. En el Despacho de la Primera Dama no hay nada, en el museo tampoco y la fundación ya no existe.
En un escueto informe, la ONG presidida por Ruby Moscoso dice que el edificio costó 4.6 millones, que 500 mil dólares fueron devueltos a Taiwan y que el millón restante se gastó en otras cosas, como la revisión final de los arquitectos Cambefort y Boza, que certificaron que sus planos se siguieron al pie de la letra y aprobaron la construcción.
Otros 60 mil dólares se utilizaron para viajar por los museos del mundo. ¿Quién viajó? “Todos viajamos, yo fui a Colombia, otros a Miami, hicimos contactos y tomamos ideas para nuestro museo. No sé qué ven de malo en eso”, explicó una de las turistas culturales, funcionaria del despacho de la ex primera dama.
Cómo se dijo, en esta historia nada es cómo debería ser y hay que tener cuidado, porque los espejos parece que mienten al reflejar, que deforman las cosas y hasta la gente. Y si no, fíjese usted: hace rato que está leyendo sobre la historia de un museo que nunca llegó a existir, un edificio fantasma que sigue penando en Curundú, al borde de la selva.