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El amor en el infierno más temido

‘Miercolito’ y ‘Cristal’ se enamoraron en la cárcel de La Joya. Separados y perseguidos, se desviven por estar juntos. Un día en la vida de la trinchera gay

El amor en el infierno más temido

Aunque ‘Miercolito’ purga una condena de 10 años por robo a mano armada y secuestro, mientras habla, parece un evangelista del amor. Es un criminal, sí, pero también un romántico, un hombre que lleva el corazón en las manos y ahora mismo se lo ofrece a su objeto de amor, que duerme en una celda.

–"Cristal, mi amor, acércate", susurra él, agachado, mientras pasa una mano a través de las rejas intentando una caricia imposible

–"Vamos, Cristal, ven que quieren hablarte", insiste con la dulzura de la que solo son capaces los herederos de Cupido.

–"No, no quiero", le responde, cortante, su pareja sin siquiera dirigirle la mirada.

"Miercolito" cierra los ojos, gira la cabeza y en su rostro se dibuja ese gesto de fastidio tan típico en los hombres casados cuando sus esposas los contradicen en público. "Miercolito" se enoja. Ya se sabe: la convivencia no es tarea fácil. Y menos cuando el matrimonio imposible sucede en prisión.

La frontera gay

Aquí, en el pabellón número 2 de La Joya es donde las autoridades amontonan a los internos homosexuales. Sobre todo a los travestis y a los presos que se manifiestan de un modo más afeminado. Aunque el aislamiento, en principio, parezca una decisión medieval, los 49 internos que están aquí y se reconocen homosexuales, lo agradecen. "Es mejor. Sino estamos en peligro. Los hombres son muy celosos y siempre se terminan peleando, tú sabes, para ver quién es el macho que se queda con la hembra", explica "la Damiana", un travesti escultural, que lleva rollos, un diente de oro y que está en prisión porque "le robé todo a Chano Domínguez, el de los combos. Hasta los instrumentos me llevé", dice, mira y sonríe, y el diente de oro vuelve a brillar...

Luego se abraza a las rejas, posa para las fotos arqueando la espalda y guiñando un ojo. "La Damiana" no para de hablar.

"En otro pabellón, un novio que tenía y estaba volado de pichi -cocaína-, se puso celoso y me clavó un puñal en la pierna. Me terminó haciendo un favor. Después de eso me vine para acá donde se puede vivir con más tranquilidad. Mira qué lindo tenemos todo por las fiestas: luces, arbolito, llevamos el encierro lo mejor que podemos", explica.

Fue en este mismo pabellón donde comenzó la historia de amor entre "Miercolito" y "Cristal". "A primera vista fue. Lo vi y nunca más me quise separar", relata el novio. Convivieron algunos meses en la misma celda. Convirtieron la prisión en un oasis de amor en medio del desierto de muerte y soledad. Hasta que un día la realidad les explotó en la cara: la policía se enteró del romance, entraron al pabellón y, a palazos, sacaron a "Miercolito" y lo llevaron hacia otro lado. Según las autoridades, el amor, en La Joya, es ilegal.

"Aquí hay que cuidar la moral, eso nos dice la Ley. Y que los reos tengan relaciones no es precisamente algo que podamos permitir", explica uno de los guardias que custodia esta visita, que se efectúa en el marco de la grabación de un documental producido por Apertura Films y dirigido por el cineasta panameño Abner Benaim.

Aunque ninguna norma prohíbe explícitamente las relaciones sexuales (ver recuadro), la policía las juzga como inmorales y las combate. Y son precisamente los mismos presos, movidos por los celos, los que denuncian a los amantes secretos. Por ejemplo, ahora mismo, en el escritorio del director del presidio hay un informe en el que el jefe de guardia del penal le informó a su superior que sorprendió a uno de los reclusos realizando un "cromado" -sexo oral- a otro interno. "Sugiero el traslado del reo al pabellón 2", culmina el texto. "Para algo están las visitas íntimas, a las que pueden optar los reclusos de buen comportamiento para que los visiten sus esposas y contribuir al desarrollo de las familias", analiza el director del presidio.

El caso es que "Miercolito" y "Cristal" fueron separados. De inmediato supieron que a la distancia, el amor se esfumaría para convertirse en un recuerdo dorado. El aburrimiento en la prisión acaba hasta con los sentimientos más nobles. Pero "Miercolito" decidió jamás rendirse al olvido. Y enfrentó la decisión institucional. ¿Cómo? Rebanándose el cuerpo.

Amor o muerte

"¿Quieres que te cuente la historia de "Miercolito"? Mira, esas cosas aquí pasan muy seguido. Presos que se cortan para presionarnos y que accedamos a sus reclamos. Este tema es muy complejo. Así como algunos se quieren, otros cobran por los servicios y otros sufren violaciones", resume Alberto Glen, funcionario del servicio penitenciario.

Luego de tres meses de separación, "Miercolito" decidió jugarse entero. Se amotinó en su nueva celda y comenzó a pedirle a los guardias que lo llevaran de nuevo a vivir con "Cristal", "el amor de mi vida". Los policías se reían. "Es que hay mucho homofóbico en la Fuerza", analiza "la Damiana".

Fue entonces cuando "Miercolito", víctima de la desesperación, decidió cortarse las venas. Se hizo seis cortes profundísimos en el brazo que le afectaron dos venas. Mientras la sangre brotaba de su cuerpo, sus gritos reclamaban un reencuentro con "Cristal". Solo entonces los policías lo tomaron en serio: "Miercolito" tiene VIH. El contacto con su sangre puede ser un pasaporte a la enfermedad -a "Cristal" le hicieron tres pruebas y todas han dado negativo-. Los policías decidieron entrar a su celda. Lo redujeron a palazos. Los planes de "Miercolito" culminaron mal. En lugar de regresar junto al hombre que ama, terminó al borde de la muerte, en una camilla, rumbo al hospital de Chepo. "Cristal", en la galería de homosexuales, estaba con un ataque de histeria. "Se iba a morir por mí, por mí", recuerda, en las únicas declaraciones que decide hacer, desde la cama de su celda.

Cuando "Miercolito" se recuperó, los guardias lo castigaron encerrándolo en el Bunker, celdas de castigo que ya no existen en La Joya pero que antes eran el terror de los presos. Eran cuartos pequeñísimos donde no entraba ni un haz de luz, que no tenían baño. Los internos estaban confinados las 24 horas del día en la oscuridad, oliendo sus despojos. "Pasé 73 días ahí adentro hasta que no aguanté más y volví a pedir que me dejaran verlo". Como no tuvo respuestas, se cortó otra vez. En el estómago. "Mira cómo quedé, se me salían las tripas afuera", recuerda, mientras se levanta el suéter y deja ver dos cicatrices profundas que le atraviesan el ombligo y vuelven su abdomen una superficie tallada a mano. Todo comenzó de nuevo. Sangre, golpes, camilla, hospital. De regreso y para evitar futuros problemas, los guardias permitieron el reencuentro. Cuando "Miercolito" se acercó al pabellón, hacía varios meses que no se veían. "Se dieron cuenta que yo no puedo vivir sin él y él tampoco sin mí. Lo único que queremos es que nos dejen en paz. Cumplir nuestra condena y después vivir juntos el tiempo de vida que nos queda. Tenemos planes para el futuro: pensamos construir una casa en Chilibre, donde siempre viví", sueña en voz alta "Miercolito".

En medio de la charla, "Cristal" se incorpora y se acerca a la reja. De este lado, en el pasillo, su hombre le toma la mano. Se besan. Hay que decirlo: forman una pareja bonita. Luego posan para algunas fotos. Ahora pueden verse todos los días aunque no están completamente juntos porque no comparten celda y solo de tiempo en tiempo pueden abrazarse, cuando concuerdan sus salidas al patio o los guardias más blandos les facilitan un encuentro. A "Cristal" le falta cumplir tres años de su condena y a "Miercolito" cinco. Juntos se les ve tranquilos. El amor es un elíxir capaz de suavizar hasta los infiernos más temidos. Triunfa tras las rejas y aun contra ley. Lo saben en La Joya, donde pasan sus días los criminales más peligrosos de Panamá.

Sexo en la prisión



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