Eran las 23:40 del 19 de diciembre de 1989 cuando el teniente de fragata Rogelio Alberto Douglas recibió la llamada. Estaba de guardia, a cargo del Cuartel Central de la Marina en Amador, ubicado donde hoy se levanta la Plaza de la Cultura y de las Etnias. De inmediato, Douglas llamó a su superior, el teniente coronel Arnulfo Castrellón. "Defienda el cuartel", recibió como respuesta.
Las últimas semanas antes de la invasión habían sido de una calma escalofriante. El Comando Sur hacía ejercicios hasta en la puerta de los cuarteles panameños, con soldados camuflados que gritaban "entréguense antes de que los matemos". La provocación eran constante. La confusión, total. Muchos oficiales de la armada no creían que la invasión se produjera. Suponían que, a lo sumo, los norteamericanos capturarían a Noriega. Y que eso sería todo. Sin embargo, a esas horas la guerra era inminente.
El teniente Douglas reunió a los 40 hombres que estaban de turno. "Las fuerzas del enemigo se están desplazando hacia aquí. En 10 minutos seremos atacados. Recojan su armamento, vístanse de civil en tres minutos", ordenó. Cuando miró por las ventanas, en el campo de golf que estaba frente al cuartel, ya había varias tanquetas del ejército norteamericano formándose para el combate. Es que en Amador había un complejo de cuarteles panameños. Al lado del de la Marina estaba el de los Cholos, el centro de la Unidad Especial Antiterror y también el cuartel de inteligencia de Noriega. Era un centro estratégico que reunía unos mil soldados en total. Fue uno de los primeros objetivos de los invasores.
A las 23:45, los hombres de la Marina estaban formados en el patio trasero. Tenían armas largas y algunas pistolas. Debían enfrentarse a carros blindados y tanquetas. "Había un plan de defensa establecido. Le pedí al jefe de armas que trajera todas las municiones y las amontonara en el patio. Luego dividí el grupo en dos. Teníamos que hacer una defensa perimetral del edificio. Sabíamos que no teníamos las suficientes armas para enfrentarlos. Por eso nos ubicamos cuerpo a tierra, a los costados del cuartel", recuerda el ex teniente Douglas en la primera entrevista que acepta en 15 años para contar la Batalla de Amador.
El ataque
La oscuridad era total. El enemigo estaba a menos de cien metros. Los panameños hasta escuchaban las órdenes en inglés. Douglas pedía mantener la calma, no disparar hasta que lo hicieran los norteamericanos. "Los soldados querían soltar la adrenalina. No importaba Noriega, en ese momento había que defender a Panamá", explica. Empezaron las primeras ráfagas de ametralladoras. La oscuridad comenzó a perforarse de puntos de fuego. La respuesta de los marinos no se hizo esperar. La diferencia de fuego era abrumadora. Luego de 20 minutos de intercambio de balas, se escuchó una explosión: un bombazo abrió un boquete en la estructura del cuartel. Los que estaban cuerpo a tierra saltaron por el aire. Douglas se dio cuenta de que la resistencia era imposible. Ordenó el repliegue hacia el patio trasero del edificio. Hasta ese momento no habían tenido bajas. Sólo algunos heridos. En la retirada, veían el edificio de los Cholos en llamas. Algunos soldados se tiraban del tercer piso al vacío para escapar del fuego. Un grupo atravesó el patio en autobús. "Teniente Douglas, suban, nos están dando, vamos hacia el cuartel central". Douglas se negó, ese no era su plan. El bus marchó a toda velocidad. Cuando salieron a la carretera fue bombardeado. Murieron todos. Douglas había tenido una buena intuición.
Los hombres de la Marina se dividieron en tres grupos y corrieron hacia el Yacht Club de Amador. Estaban tan apurados que olvidaron de llevar las armas que habían dejado allí. Al llegar al muelle tomaron tres botes. El grupo comandado por Douglas logró ingresar a un pequeño velero. Por las escotillas del camarote observaban las columnas de humo sobre la ciudad. Panamá estaba en llamas. Los helicópteros Blackhawks sobrevolaban el cerro Ancón. Douglas tomó la decisión de esconder los documentos y credenciales. En el caso de que los encontraran, querían hacerse pasar por cuidadores del lugar. Los soldados americanos empezaron a rondar los barcos.
Pasaron allí, apilados en un ambiente mínimo, sin agua ni comida todo el día 20. Por la noche pefirieron ir a un yate que estuviera más lejos del muelle, y fuera más cómodo.
En el Macho 1 y Macho 2, los yates de Noriega, estaban escondidos algunos soldados de los Cholos. Quisieron reducir la espera y pusieron en marcha los motores. Enseguida se escucharon los disparos de los norteamericanos. Los pocos que sobrevivieron se entregaron. En esa instancia, Douglas prefirió no dar combate. "Alguno de mis hombres quisieron defender a sus compañeros. Pero no se veía nada. Y además nuestros compañeros estaban entre nosotros y el enemigo. Si hacíamos algo, íbamos a mostrar nuestra posición", recuerda Douglas.
Cuando los norteamericanos partieron con los prisioneros, decidieron tirar las armas al mar. Ahora eran civiles identificables. El día 21 todo los soldados americanos rondaban el muelle y navegaban en lancha. Tenían la zona controlada. Douglas y sus marinos se mantenían en el yate.
El final
Hasta que comenzaron los primeros síntomas de la deshidratación y el hambre. No hablaban, por temor a ser descubiertos. Encontraron una "michita" húmeda y la partieron en 15. La madrugada del 22, algunos soldados comenzaron a desesperarse. Dos de ellos se tiraron al mar, para nadar hacia la costa. Jamás volvieron a saber de ellos. Douglas decidió aumentar las medidas de seguridad y propuso encerrarse en el cuarto de máquinas. Pero hubo un problema. Un sargento fuera de forma no podía atravesar la pequeña escotilla. Lo intentaba pero quedaba atascado. Decidieron untarlo con grasa y lo empujaron hasta que logró entrar. En la sala de máquina pasaron todo el día 23. Al día siguiente fueron descubiertos por los norteamericanos. Un comando llegó a revisar el barco. Los tomaron prisioneros y fueron trasladados a un campo de detención. "Las celdas eran como esas que se veían en las películas de Vietnam, de alambre y a la intemperie".
Para los norteamericanos, eran civiles. A los pocos días les dieron la libertad. Douglas quedó libre en Howard, descalzo y a pie. Le robó los zapatos a un cadáver y comenzó a caminar. El país era otro. Había saqueos, robo de autos. Tardó casi un día en llegar hasta su casa en Chanis. El primero que lo vio fue su hijo de dos años. Su mujer lo recibió al grito de "no murió, no murió". Había pasado los últimos dos días recorriendo morgues, en busca de su cadáver. A los pocos días, el teniente Douglas fue a buscar su auto en Amador. Encontró el bus de los Cholos inundado de sangre, con sesos colgando del techo. El viejo cuartel estaba destruido. La milicia en Panamá había terminado.