Lo cierto es que la fiesta fue popular y entre carreras de embolsados y trepadas al palo encebado, la Presidenta se pasó la tarde. Por la presencia de varios de sus ministros y el tono de sus declaraciones, pareció ser su despedida del poder. “Ahora, luego de cinco años tan intensos, me voy a ir a descansar un poco, a dedicarme a mi hijo y a mi empresa de Chiriquí. Pero voy a seguir viviendo en Pedasí, nada de Miami como dicen las malas lenguas. Y por supuesto, también voy a seguir en política”, explicó con suavidad, vestida con una camisa verde y unos pantalones pop, casi lisérgicos.
Desde la tarima, una señora explicó el sentimiento de su pueblo: “qué será ahora de Pedasí...”, se lamentó y luego invitó a subir a Moscoso, que el día anterior había visitado al artista que talló su rostro -"es igualita a mí, pero rebájele un poquito, yo soy más chiquita”, le dijo Mireya-. Micrófono en mano, la Presidenta dijo que su figura hizo grande a todo el pueblo. “Ahora los turistas preguntan: ¿Dónde queda Pedasí, el pueblo de la presidenta? Y vienen, y es un orgullo tenerlos caminando por nuestras calles”. Luego recordó a sus padres, lo contento que estarían con la gente del pueblo y su voz se entrecortó. Miró el cielo y pareció que bajo sus gafas de sol Channel, las lágrimas, tímidas, comenzarían a brotar. En ese momento un helicóptero surcó el cielo y explotaron bombas de estruendo. El momento crucial de la tarde había llegado y entonces, “Que vaya Ricardito, que vaya él”, recomendó el canciller Arias, entre su hijo y una señora del lugar quitaron el lienzo morado que cubría la estatua. El acto había llegado a su fin: Pedasí puede mostrar ahora el busto de Mireya Moscoso, futura ex presidenta de la República de Panamá.