El primero, porque dos de ellas fueron tomadas por un magnífico fotógrafo amateur, el que a su vez fue colega nuestro y uno de nuestros mejores amigos para rematar.
El 1 de enero de este año una insufrible enfermedad lo dejó por fin libre para que físicamente pudiera descansar, algo que en el fondo era comprensible que anhelara conseguir.
La otra razón es para rememorar la absurda destrucción de un precioso edificio, lo cual tampoco ha debido suceder.
El médico Juvenal Vásquez Guevara, autor de dos de las fotografías, nació en Colón, estudió en Colombia en donde se casó para regresar después a su tierra natal, traído por el que esto escribe, para ayudar con su profesión a todo al que pudo tratar tanto en el hospital Amador Guerrero como en forma particular.
Llegó como anestesiólogo, especialidad en que su diario bregar le dotó de gran experiencia y habilidad, pero pronto volvió a la práctica de la cirugía general.
Durante el ejercicio de ella siempre demostró su gran sensibilidad social y generosidad.
Eran las épocas en que aún se oían aquellas palabras de muchos de nuestros profesores por medio de las cuales, además de sus clases, nos recordaban que la práctica de la medicina era no solo una manera de ganarse honradamente y decorosamente la vida, sino que lo importante era el ayudar al prójimo que cuando consulta es porque está sufriendo de verdad.
Juvenal era de los que si acaso cobraba; de nadie supo abusar. Acostumbraba obsequiar medicinas. Las que nos donaban las casas comerciales las guardaba en el baúl de su auto para poderlas repartir entre los más necesitados, sin ningún otro interés, y así lo hacía en forma ambulante. Su anhelo siempre fue ayudar.
Aún recordamos cuando comenzaron a manifestarse los primeros síntomas de su falla cardíaca. Nos preguntaba cuáles habían sido los motivos de ella y del agrandamiento de su corazón, a lo que le respondíamos: "Como siempre tuviste el corazón tan grande, de raro nada tenía el que te comenzara a fallar".
Magnífico padre de familia, deja un ramillete de hijos y una viuda que nunca lo terminarían de llorar.
Los que fueron sus pacientes y amigos, comprenderán y sabrán excusar el que no nos alcancen las palabras para terminarlo de elogiar. Los que no lo conocieron o quizá no habían oído de su nombre, aquí les va la razón: las honestas, sencillas y humanitarias vidas, poco aparecen en letra de imprenta, vuelan por las ondas radiales o se ven en la televisión.
El otro diferente motivo de las fotos de hoy es que fueron tomadas por el doctor Vásquez para que quedara un eterno recuerdo de lo que fue un imperdonable y terrible error. Haber echado a tierra esas columnas y esa fachada del Palacio Municipal de Colón. No era para nada necesario e inició el fatídico proceso de afear a Colón.
Si las autoridades de turno procedieron así, ¿qué otra cosa se podrá ahora esperar?
Los propios enemigos y los ajenos de la capital atlántica no han terminado aún. Lo único que tienen en mente, es: ¿qué más podríamos hacer para lograr que la capital atlántica y sus habitantes no puedan sobrevivir dignamente?