Aunque por lo general la vida aquí es tranquila, desde hace algunos años el pueblo vive convulsionado. Sus casi tres mil habitantes esperan que el gobierno les explique qué es lo que pasó con la iglesia, un monumento histórico del siglo XVIII, que es el orgullo de la región pero permanece cerrado y en franco deterioro.
Aunque desde los rincones más insólitos del mundo han llegado visitantes para ver con sus propios ojos las obras de arte barroco indigenista que pueblan sus entrañas, hoy nadie puede disfrutar de la exhibición.
El mal estado de la construcción se debe, claro, al paso del tiempo. Pero sobre todo, a la mala acción del Instituto Nacional de Cultura (INAC), que durante la pasada administración encaró una reparación estructural que resultó millonaria, sin embargo, dejó las cosas peor de lo que estaban.