La entrega del premio Nobel de la Paz al disidente chino preso Liu Xiaobo desató elogios de gobiernos occidentales y la condena de China y mostró lo difícil que es la integración de la potencia asiática, poderosa y autoritaria, al orden internacional actual.
Al día siguiente del anuncio del galardón, el Gobierno chino seguía mostrando el sábado el enojo que caracterizó su reacción inicial.
Funcionarios chinos escoltaron a la esposa de Liu desde Beijing a la ciudad nororiental donde está detenido, pero no le permitieron verlo aún para darle la noticia. Un familiar dijo que eso sucedería hoy domingo.
El Gobierno y gran parte de los medios estatales se mantuvieron en silencio, pero un diario tabloide asociado con el matutino del Partido Comunista, People’s Daily, criticó con dureza el premio Nobel.
Los integrantes del comité, con sede en Noruega, dijeron que el premio debía animar a China a convertirse en una potencia global más responsable y a evitar la arrogancia del poder.
Esa brecha entre expectativas y realidad es un recordatorio de la dificultad de hacer un lugar a China —con una economía creciente, su gran poder militar y cientos de millones de consumidores— en el orden mundial.