El tristemente célebre engendro denominado neoliberalismo, es una amalgama de ideas extremistas que pretenden ser el sustento ideológico para una versión del capitalismo más discriminador, salvaje e inhumano. No solo promueve el frenesí del capital financiero, la eliminación irreflexiva de las regulaciones comerciales, la venta indiscriminada de la propiedad estatal o el supuesto achicamiento del gobierno, sino que también promueve el desarme completo de las estructuras de protección social y la violación agresiva de los derechos de los trabajadores, retrotrayéndonos a épocas que creíamos superadas de explotación desvergonzada y clasista. En su demencial cruzada de ataques a todo aquello que disienta de sus dogmas, llegan hasta a impugnar y a descalificar a los propios principios (desde el New Deal al Estado de Bienestar) que han sostenido la paz social en las democracias capitalistas occidentales en toda la postguerra.
Coincidentemente, los arrogantes dogmas neoliberales son aplaudidos por un rango disímil de gente, desde los libertarios anarquistas y los miembros del Ku-Klux-Klan hasta los capitalistas desreguladores más fanáticos de Wall Street y los ex ministros de economía de las antiguas dictaduras de Chile y la Argentina. Todos comparten una aversión gutural a lo que representa o ha llegado a representar el gobierno democrático y los derechos humanos y sociales, como elemento moderador de la sociedad humana y garante de los valores de la paz social y de la civilización.
Lo curioso de todo este fetichismo pseudolibertario de libre mercado es que genera una escala de rupturas sociales y de desigualdad global, ante la cual la única respuesta es la imposición arbitraria de leyes injustas, la colusión monstruosa y descarnada de intereses oligopólicos con políticos corruptos y la represión policial a las mismas libertades individuales que dicen, en esencia, defender a ultranza. Allí están la Argentina de Menem, el México de Salinas y de Zedillo, los mal llamados tigres del sudeste asiático y otros lugares en donde este malhadado experimento de oportunismo social ha fracasado estrepitosamente.
En su cruzada ideológica, cuentan con enormes recursos militares, económicos y mediáticos, así como con la connivencia obsecuente de muchos adocenados, por la vía de la coacción o del soborno. Pero es imposible tapar el sol con una mano y cada vez va siendo más fuerte la firmeza de lo evidente: la adopción de las tesis neoliberales por los gobiernos de los países más desarrollados ha sido modulada por la conveniencia unilateral. Aún cuando en muchos países pobres se ha impuesto el desmembramiento del aparato del Estado, la venta arbitraria de los activos y pasivos públicos, la desprotección social generalizada, etc., paradójicamente en muchas de las naciones desarrolladas (especialmente en EU y la Unión Europea) la desregulación ha sido parcial y modulada por el balance acomodaticio de sus ventajas frente a sus desventajas circunstanciales (por ejemplo, por el clientelismo político electorero).
Según esta aproximación impuesta con fuerza y coacción, los países pobres y endeudados deben eliminar medidas de protección y fomento a sus economías y dar paso al libre mercado excesivo (en detrimento de sus propios intereses), mientras que los países desarrollados aplican restricciones proteccionistas disfrazadas y recurren al intervencionismo estatal sobre los mercados globales, para favorecer a sus grupos oligopólicos transnacionales y al capital especulativo y parásito, todos los días. Los descarados subsidios agrícolas que se otorgan a sí mismos los países desarrollados, el caso del gobierno de George Bush cuando intervino globalmente para proteger al acero norteamericano o la connivencia con la ilegalidad escandalosa de Enron, son vivos ejemplos de la hipocresía y la doble moral que imperan en el mundo neoliberal.
Pero la intuición y la convicción de cientos de millones de personas honestas en todo el orbe van generando un mar de repulsa creciente ante todas estas adulteraciones. La injusticia, la necesidad de solidaridad social y la urgencia por defender y extender los derechos democráticos no han desaparecido ni desaparecerán, aun en una sociedad humana sujeta a cambios tan violentos y vertiginosos, y con un horizonte cada vez más plural e incierto.
La realidad, con absoluta sencillez y contundencia, nos va enseñando el camino hacia el mañana, con lecciones muy francas. Al decir de Lionel Jospin: "... vivimos en economías de mercado, no en sociedades de mercado...". O como dijo el mismo Jacques Chirac hace más de cinco años: "...para que la mundialización tenga éxito, la economía debe servir a la gente (y no al revés)...". Estas son verdades simples y lapidarias, que los ciegos seguidores del neoliberalismo no han entendido y que, aparentemente, no entenderán jamás. Basta con leer ese infame mamotreto que tanto idolatran y en el que prácticamente califican a todo el mundo de "idiota", escrito por cuatro fascistas frustrados, incapaces de entender el repudio que genera su ofensiva y aberrante concepción del mundo. Pregunto entonces: ¿quiénes son los idiotas?
