Los moscositas extremos, fans de la presidenta, la esperaban sobre la ruta de acceso, ostentando, todos ellos, suéteres con el dibujo de la obra estampada en el pecho y la leyenda: "El Puente del Centenario". "Tú que eres de La Prensa, mira lo que hizo la presidenta que tenemos. La vamos a llorar cuando no esté y te aclaro que yo no vengo aquí ni por dinero ni por aguardiente, esto no es el PRD. Venimos por nobleza", decía una mujer mientras se tomaba la camisa como un jugador de fútbol al hacer un gol. "Eso mismo", gritó otra, que vestía suéter morado, aros morados, gorra morada pero la cara roja. "Aquí tienes el puente, el que soñó Arnulfo Arias lo realizó su esposa, no como el Van Dam, el puente de la mentira del ‘Toro’, que endeudó al Estado y no construyó nada", añadió. A poco de llegar, algo estaba claro: la de ayer fue la última gran exposición de los arnulfistas en el poder. Se notaba en sus gestos, en el tono de sus declaraciones: la apertura del puente significaba para ellos una especie de revancha, de redención, de final feliz. Por eso no resultó nada raro que muchos de los funcionarios hicieran declaraciones con ese espíritu de noche de año nuevo, de resumen, de balance de los actos. Hasta a alguno de ellos se les podía ver recorriendo el largo trayecto -que separaba la carretera de las carpas donde sucedería el acto- en silencio, con pasos lentos y la mirada clavada en la inmensidad de la selva, como buscando captar una imagen, un destello que pudiera guardarse para siempre. Es que el tiempo pasa para todos y los arnulfistas están sintiendo en carne viva cómo el poder se diluye de sus cuerpos, sí, cómo se va la chispa y se disipa el don.
Jaime Moreno confesó en voz baja el colmo de un ministro de Trabajo: en dos semanas será un desocupado más. "Tampoco me desespero. He sido chofer, mensajero, arreglé techos. Tengo dos ofertas de unas ONG. Algo voy a conseguir", explicó. Ivonne Young, ex ministra de la Presidencia, con su suavidad habitual -y apurándose para entrar a la carpa sin que la lluvia le desbaratara el peinado-, recalcó que esta es la obra "más grande de la Presidenta. Esperemos que los que vienen le den la importancia que merece", susurró mientras miraba de costado los asientos vacíos reservados para los hombres de Patria Nueva. "¿Patria nueva le dices, con el gabinete que nombraron?.....", se permitió dudar un ministro que estaba de gran humor. "De todas formas hay que dejarlos trabajar y veremos qué pasa luego de los primeros 100 días de luna de miel. No vaya a ser cosa que lo nuevo fuera la ropa, y la patria la de siempre".
Monseñor Dimas Cedeño llegó cuando la mayoría de los invitados ya estaba ubicado en sus puestos. ¿Su tarea? Claro, bendecir la construcción. Dijo que no importa que se esté inaugurando algo que aún no se puede utilizar. "Mira, es cierto que todo el mundo quiere venir con su auto y hoy eso no se puede. Pero si el puente está, yo no puedo negarme a invocar a Dios en este acto. La verdad que es impresionante ¿no?", explicó el religioso mirando hacia el cielo, los 180 metros de altura que tiene el puente, la construcción más alta que jamás se ha hecho en la geografía panameña.
Y entonces, luego de dos horas de espera, llegaron los protagonistas de la tarde. Como dos amigos del alma, bajaron de los autos y se pusieron a caminar. Con un trajecito celeste y aros de turquesa, la presidenta de la Nación comenzó a desandar el camino que, según el ministro de Obras Públicas, Eduardo Quirós, la colocará en los los libros de historia, "porque este puente será recordado y valorado por nuestros hijos y nuestros nietos". A su lado, de guayabera blanca, la acompañaba sonriente el presidente de Colombia, Alvaro Uribe. Antes de llegar a la carpa, a los discursos, al momento que tanto esperó durante los últimos tiempos, la Presidenta tuvo un pequeño diálogo con La Prensa.
- Presidenta, ¿este es un puente peatonal?
- Parece, ¿no?, es larguísimo...
- Se lo digo porque los autos no lo pueden usar.
- Falta poco para eso, pero el puente ya está- respondió la mandataria a toda sonrisa y le comentó a su par colombiano, "Qué ocurrencia..., un puente peatonal".
Luego vinieron los discursos, los aplausos, los efervescentes gritos de apoyo, el "Mi-reee-ya", Mi-reee-ya" que en poco tiempo se convertirá en polvo de estrellas. Pero eso sí, hay que decirlo: el puente quedará para todos y nadie deberá pagar un centavo para cruzarlo. Aunque si usted quiere hacerlo hoy, en vez de las llaves del auto, deberá utilizar unas zapatillas todo terreno.