Es curioso cuando, finalmente, prestas atención a aquello que siempre tuviste enfrente. Hace poco recorrí la ciudad capital con mis compañeros de la Red Nacional de Orquestas y Coros. Ensayábamos para las presentaciones del bicentenario de la República. En un minuto, pasamos de estar rodeados de rascacielos y de lujo a una realidad disonante , la de un Panamá al que no parece haber rozado el desarrollo.
Hace 200 años, el movimiento panameño de independencia de la Corona Española proclamó firmemente la ruptura de los lazos coloniales que nos unían. Las grandes carencias que inhiben el desarrollo del istmo, así como el incentivo dimanante de los diversos movimientos separatistas del resto de las colonias, atizan el deseo de independencia.
Posterior a la unión voluntaria a la Gran Colombia, los panameños continuamos experimentando niveles de desarrollo incongruentes con la importancia estratégica del istmo para el comercio y transporte, producto de su privilegiada posición geográfica.
En 1903, cuando finalmente Panamá se convirtió en República, la esperanza estaba puesta en la construcción del canal. Pese al desarrollo que se evidenció durante el siglo XX, el país no logró superar el reto que arrastra desde 1821 y que, a dos siglos de esta fecha histórica, no consigue rebasar. Nos referimos a la desigualdad.
Según informes del Banco Interamericano de Desarrollo, para 2017, Panamá seguía puntuando como uno de los países más desiguales de la región, sólo superado por Brasil y Honduras. A pesar del crecimiento económico que ha tenido la nación -cerca de un 7% anual-, la desigualdad en la inversión crece.
El informe señala que, en promedio, la provincia de Panamá recibe cerca de un 28% más de inversión per cápita con relación a la media nacional. Por el contrario, las áreas comarcales reciben 70% menos de inversión por habitante. Mientras que provincias y comarcas reciben un porcentaje total menor a lo que corresponde a su población, la provincia de Panamá es beneficiaria de cerca del 68% de toda la inversión que se realiza en el país.
Doscientos años después de la independencia de España, el pueblo panameño pone ojos de esperanza en la oportunidad coyuntural que brinda esta fecha para cerrar las brechas de la desigualdad. En 2020, se inició un extenso diálogo impulsado por el Gobierno Nacional, el Pacto del Bicentenario “Cerrando Brechas”. Este esfuerzo por promover un gran consenso tiene como propósito fundamental lograr un acuerdo participativo que exponga los principales problemas del país, así como sus posibles soluciones.
Se reconoce que el papel del gobierno incluye la planificación, ejecución, mantenimiento y evaluación de políticas públicas encaminadas a la solución de diversos desafíos. Las políticas públicas deben ser estructuradas para ser sostenibles, independientemente del tiempo de duración del gobierno de turno. Se sabe que las soluciones profundas requieren más de un quinquenio para causar un impacto significativo en el desarrollo del país.
Aunque la población panameña puede no saber diseñar políticas públicas, sí reconoce los problemas que requieren una solución oportuna, porque los vive en primera persona.
Es una oportunidad de ser los primeros responsables de impulsar la puesta en marcha de las propuestas y supervisar su adecuado desarrollo. Si bien es cierto, el Pacto ha dado voz a los ciudadanos de toda la nación, permitiendo organizar propuestas regionales y nacionales, procuremos que no sea otro diálogo más, escrito en papel, con la ambiciosa meta de modificar de manera milagrosa la realidad istmeña. Se requiere voluntad política y participación ciudadana para la ejecución de todos los lineamientos acordados en las mesas de diálogo.
En Jóvenes Unidos por la Educación estamos preparados para ejecutar las propuestas acordadas. La juventud en general está despierta, buscando y promoviendo la creación de espacios para dialogar, acordar y accionar soluciones concretas que permitan, -¡por fin!- independizarnos de la desigualdad, e ir hacia la construcción de un país más justo, equitativo y solidario. A estas alturas, estamos dispuestos, sí las oportunidades no se presentan, a crearlas, pagando el precio.
El autor es estudiante de psicología, miembro de Jóvenes Unidos por la Educación

