Si Sócrates viviese en nuestros días y tuviese Twitter, de seguro estuviese publicando sobre quienes tienen la culpa de las fallas de nuestros sistemas educativos y políticos, citando directamente a aquellos que critican a sus gobiernos y les dieron el voto en primera instancia obviando aquellas señales de incompetencia y populismo; seguramente él estuviese señalando la capacidad de muchos votantes de ejercer su derecho al sufragio de una manera irracional y su incapacidad de exigir rendición de cuentas.
Si el 2020 nos ha dejado una lección clara es que la política, desafortunadamente, nos afecta a todos, desde a las grandes compañías hasta a los microempresarios, y las decisiones tomadas dentro de un parlamento o en un despacho político se reflejan en las vidas tanto de aquellos en las listas de los más adinerados como en aquellos con dos trabajos y poco descanso para poder subsistir. Sin embargo, este 2021 la democracia se ve más amenazada que nunca, la exponencial supresión de información, libertades y derechos humanos a causa de la pandemia por COVID-19 y los estados de emergencia declarados en una cantidad notable de países del hemisferio Occidental han llevado a relucir que también es posible elegir democráticamente cada 4 o cinco años a dictadores o presidentes totalitarios.
Votar en una elección es una habilidad, y ser elegido a un puesto de elección popular puede ser un arma de doble filo para aquellos ciudadanos que votan. En el 2020 más de 70 países tuvieron deficiencias en sus democracias de acuerdo con la organización Freedom House, y más de 50 países han retrasado elecciones nacionales o regionales, y ni hablar de aquellos casos de violación a las libertades individuales. Sigue creciendo el número de ciudadanos con hartazgo ético a causa del descaro de aquellos políticos que no han sabido más que tomar ventaja de las desdichas de los más afectados por las condiciones actuales, sin embargo, mientras el poder no le pertenezca realmente a la gente, nada va a cambiar.
De todos los sistemas políticos en el mundo, ninguno podrá igualar la efectividad de las democracias al representar a sus ciudadanos, y es allí donde encontramos el mayor problema respecto a nuestros gobiernos: ya nos han dejado de representar. Una vez una democracia se base tan sólo en elegir a un grupo de políticos pierde la esencia de representación, de igualdad ante los ojos del Estado, y de libertad para ejercer nuestros derechos y deberes. El pesimismo sobre la efectividad de la democracia pudo haber incrementado en el año 2020, pero la fe que muchos tenemos en que las cosas pueden mejorar con las personas correctas en el poder es mayor. Con las personas correctas en el poder, no tan sólo la política debe ser más limpia, sino además la educación, seguridad social, niveles de empleo, economía e inversión pública podrán ver la luz luego de décadas de debilitamiento de nuestras instituciones democráticas.
Las advertencias de Sócrates sobre la importancia de educar de manera correcta a aquellos que eligen y que elegir a nuestros gobernantes no es una mera intuición son vigentes aún. Es hora de que reconozcamos que el 2020 fue una agría lección sobre los efectos de nuestras elecciones en la calidad de la democracia que tenemos y la posterior calidad de nuestras condiciones de vida. Este 2021 muchos países en el mundo comenzarán a reabrirse y con ellos sus democracias, por lo tanto, es responsabilidad nuestra no olvidar que la decisión final sobre el bienestar de nuestra sociedad yace en nuestra habilidad para participar, exigir rendir cuentas y opinar sobre la situación política de nuestro país, o por otro lado en la intuición de otros al pensar que las democracias podrán resistir por siempre a políticos corruptos, déspotas, participes del nepotismo y de la ineficiencia al cumplir con su labor de servirle a la patria.
El autor es estudiante de Ciencias Políticas en la Universidad de Westminster en Londres