Quizás, algunos de mis amigos lectores consideren una audacia o una fantasía realizar un proyecto para llevar el agua de los ríos que desembocan en el Atlántico hacia el Pacífico, para aprovechar sus caudales. Si lo sugiriese un ingeniero egresado de Harvard, Cornell, Berkeley, de la Universidad de Panamá o, bien, alguno de los que trabajan con Odebrecht, Bechtel, Sacyr, Impregilo, Cusa, etc., entonces, tal propuesta concitaría todas las expectativas y esperanzas.
La mayor parte de la población desconoce que un proyecto similar se hizo en Panamá hace más de un siglo, cuando los estadounidenses cambiaron el curso natural del río Chagres (desembocaba en el mar Pacífico) hacia el Atlántico, después de tributar sus aguas al lago Alajuela y al inmenso lago Gatún, además de ser aprovechadas por dos hidroeléctricas, antes de desembocar cerca al fuerte San Lorenzo.
Por otra parte, la Autoridad del Canal de Panamá (ACP) ordenó estudios costosos, pero valiosos para ver la factibilidad de construir dos grandes embalses para uso de la vía, precisamente, con las aguas de los ríos que desembocan en el Atlántico.
Pues bien, propongo que nuestros estadistas no pierdan más tiempo e inicien los estudios de factibilidad para ver la posibilidad de aprovechar un porcentaje razonable de algunos de los ríos caudalosos que nacen y desembocan en el Atlántico (Indio, Coclé del Norte, Río Grande, Belén, Calovébora, Sixaola y otros), para enfrentar el cambio climático y el fenómeno de El Niño. Esto es posible mediante un sistema de canales que garantice contar con suficiente agua para el funcionamiento del Canal de Panamá (incluso si se construye una cuarta línea de esclusas pospanamax, como está previsto; para responder a la demanda creciente de las ciudades de Panamá y Colón, y servir a las hidroeléctricas que funcionan por gravedad, entre otros desarrollos.
Con este proyecto reforzaríamos el banco de energía nacional, necesaria para satisfacer la demanda que requiere el desarrollo del interior del país; se podrían diseñar varios “distritos de riego” para la producción segura de alimentos, además de contar con agua para los acueductos municipales de las provincias centrales y de la región Azuero. Gran parte de estos estudios yacen inertes en las bóvedas de la ACP, mientras sufrimos por la escasez de agua y electricidad, lo que indica que no hemos vencido el subdesarrollo por temor a acometer estos macroproyectos, tan necesarios.
Mientras aquí seguimos empantanados, otros pueblos acicatean sus cabalgaduras hacia el desarrollo. Hace unas semanas aprecié por televisión la inauguración del ensanche del canal de Suez, tan ancho y profundo como el propio mar Rojo. Ahora permite el paso de buques superpospanamax. Y quedé más preocupado con la proyección de la China Continental y su interés –casi obsesión estratégica comercial y bélica–, al capitalizar el afán de perpetuidad en el poder y convertir a Nicaragua en una inmensa base militar y comercial de la China, como estrategia para extender las estructuras de su desarrollo y mercados.
Es cierto que nuestra posición geográfica reduce las distancias y sigue siendo, por ahora, el cruce preferido de las navieras más poderosas. Sin embargo, dos situaciones crecen amenazantes: primero que la economía de escala que facilita el modernizado canal de Suez amortiza el costo de mayor distancias a recorrer de sus barcos, en contraste, nuestro Canal se obliga a limitar los calados, sacrificando la economía de escala; y segunda, que tanto los científicos egipcios como los chinos se han percatado de que la ventaja de la ruta panameña se desvanece ante nuestra apacible actitud –confundidos y paralizados–. Es decir, no sabemos qué hacer en la medida que nos vamos quedando sin agua, progresivamente. Dicho mejor, estos competidores al igual que nos lo advirtió el Departamento de Estado de EU en 1978, según consta en el Informe de la Agencia Internacional para el Desarrollo, titulado La muerte del Canal de Panamá (de los antropólogos Heckadon-McKay 1982), perciben que la falta de talento, ingenio y coraje visionario, podría dar al traste con la eficiencia operativa. Más bien, prevalece una timidez de retar amigablemente a la naturaleza, para detener esa amenaza progresiva que llevaría al Canal de Panamá al cierre de operaciones por falta de agua. Algo que resultaría irónico ante semejante reserva virgen que se bota en el Atlántico.
En el informe citado se advierte, además, que por la ausencia de un sistema de dragado periódico en el lago Alajuela, este pierde su capacidad de almacenar agua, mientras la población en la capital y Colón aumenta, igual que el consumo del líquido. En conclusión, el río Chagres, ya viejo y castigado por la deforestación de los bosques de galería, necesita protección y el relevo de otras fuentes vírgenes que provengan de los ríos del Atlántico.