Constitucionalmente el idioma español es el oficial de la República de Panamá. Incorporado a la sociedad hispanoamericana desde los tiempos hispánicos o coloniales vino a constituir un factor esencialísimo de ella y, diríamos, el más importante de todos, porque se convirtió en el elemento sustancial de las naciones de Latinoamérica. De manera que la gran tarea es preservar sus esencialidades, sin dejar de tener presente que, como lengua viva, puede y debe ser susceptible a las innovaciones conceptuales.
Ahora bien, con marcada regularidad aparecen –en razón de lo que se conoce como mercadeo– expresiones principalmente anglosajonas que buscan promover un producto o un evento, bajo el argumento de que esto es más efectivo, para la asimilación del comprador. Sin duda esa actitud supone un ataque al idioma español y, en consecuencia, a la mismidad de la nación. Ninguna razón de mercadeo puede llevar al convencimiento de que intervenir el idioma puede garantizar el éxito de la empresa. En el idioma de Cervantes hay suficientes recursos lingüísticos para impulsar una oferta, sin necesidad de incorporar anglicismos.
Pero el asunto adquiere ribetes interesantes cuando en los espacios educativos, sobre todo en el universitario, se estimulan fórmulas como las que señalamos, pretendiendo avalarlas con la pueril excusa de que la promoción tuvo esa dirección, porque debe ir más allá de las mentes cansadas o caducas.
Es importante indicar que hay una extraordinaria responsabilidad de parte de quienes tenemos la misión de informar y formar, de guiar y de construir mentes fecundas para la patria. Uno de los empeños –irrenunciable, por cierto– es el de ayudar a conservar lo que es parte consustancial del país: el idioma español.
Con extrañeza, recibí los argumentos de rechazo a mi posición de negar la promoción –hecha con anglicismos– de un evento en el Centro Regional Universitario de Colón (CRUC). Todos los razonamientos contrarios, sin una razón que pudiera rebatir con seriedad lo que señalo, se quedaron en una apurada defensa de la intervención del inglés en el español.
Lo triste de todo, reitero, es que se da en el claustro universitario. Nadie niega la importancia del inglés, como la de otros idiomas. Sin embargo, hay normas gramaticales que cumplir y formas idiomáticas que preservar. Y es el caso que los docentes debemos estar a la vanguardia de esto. Aceptar, por el afán de “mercadear”, el atropello al español es asumir una actitud de complicidad frente a las actitudes que promueven su deterioro.
Dejo constancia que todo se da en el marco de los eventos de promoción a una candidatura CRUC al Consejo General Universitario, que cuenta hasta el momento con mi respaldo. No obstante, consigno mi distancia a todo –como el caso que nos ocupa– lo que vaya en la línea de irrespeto a nuestra lengua.
