Otra humanidad es posible. Me resisto a creer que guerras, monarquías, religiones y corrupciones manejen los hilos de nuestra especie. La juventud debe despertar y transformar el mundo.
¿Por qué tanta idiocia mediática para celebrar un matrimonio? Las monarquías, a través de la historia, han sido semillas de poder absoluto, cimentadas en la perpetuación de un supuesto linaje real, muchas veces vinculado a un hipotético mandato celestial. En sus variantes, califatos para islámicos y dinastías para cristianos, autoritarismos y abusos han maltratado a sus sumisos pueblos por centurias.
A medida que nos hemos ido civilizando, particularmente en occidente, los rastros de realeza han quedado reducidos a monarquías constitucionales, con limitaciones de mando. Los nostálgicos le atribuyen un papel simbólico en la unificación nacional, atenuando la polarización creada por los partidos políticos. Para apaciguar las críticas, se han incorporado plebeyos a las familias reales, en clara búsqueda de legitimación popular. En las monarquías nórdicas, incluso, ha habido reconsideración del rol de la mujer para equipararla con el varón en la sucesión. No obstante, reyes, reinas, príncipes y princesas siguen parasitando las arcas estatales y disfrutando una vida privilegiada a costa de los contribuyentes.
La boda reciente entre William y Kate ha estimulado una creciente rebelión en el Reino Unido, con mucha gente portando camisetas con la inscripción “Soy un ciudadano, no un súbdito”. Los republicanos británicos quieren que la monarquía sea reemplazada por un jefe de Estado electo y que haya una nueva Constitución republicana. “Es una institución rota que hace ya tiempo abdicó de cualquier responsabilidad en el poder, pero que sigue recibiendo fortuna estatal”. El siglo XXI no tolera más monarquías.
El Vaticano es también otra forma de monarquía, pero de índole religiosa. Será más difícil erradicarla aunque la educación moderna y los avances científicos debieran servir para ir minando su influencia y dogma. Los escándalos sexuales de las últimas décadas han forjado en la juventud, un sentimiento de rechazo abrumador. La beatificación de JP2 es la última gota derramada de un vaso que ya no aguanta más vejaciones e hipocresías. Aparte del disparate de achacarle milagros médicos, ¿cómo se puede beatificar a un pontífice que encubrió por tantos años a curas pederastas; que demonizó la teología de la liberación; que marginó a los cismáticos intelectuales Hans Küng y Leonardo Boff; que bloqueó el sacerdocio femenino; y que mantuvo un conservadurismo cavernario sobre celibato y sexualidad?
La protección a la pederastia clerical está ampliamente probada y documentada. Varios ejemplos testimonian el grave delito encubridor. El caso de Marcial Maciel a quien JP2 abrigó durante años. Las aberraciones sexuales cometidas por este párroco mexicano datan de 1960, incluyendo abuso de seminaristas y paternidad de varios niños. JP2 prefirió la amistad de Maciel a la dignidad de sus víctimas.
Dos contundentes informes (Ryan y Murphy), recogen alegatos de numerosos afectados, relatos estremecedores que durante años fueron silenciados por los altos cargos religiosos. Cientos de niños fueron maltratados física y sexualmente durante décadas en 26 escuelas y reformatorios católicos en Irlanda. Unos 35 mil menores, la mayoría huérfanos, sufrieron una letanía de horrores entre 1930 y 1990 en instituciones religiosas llamadas “escuelas industriales”. Las investigaciones identificaron a 46 curas que abusaron de menores entre 1975 y 2004. En este período, la Iglesia se preocupó más de esconder los escándalos que de ocuparse de los jóvenes cuyas vidas se rompieron para siempre.
JP2 tampoco se enteró de que Lawrence Murphy había sido acusado de molestar sexualmente a 200 niños sordomudos en una escuela de Wisconsin entre 1950 y 1974. Una publicación de The New York Times (http:/nyti.ms/cz2uJ6) demostró que las denuncias fueron remitidas a funcionarios del Vaticano. El sacerdote malhechor solo fue transferido a otra diócesis y murió, sin visitar cárcel, en 1998.
El cardenal Bernard Law, líder católico más influyente de Estados Unidos, fue implicado en el encubrimiento del padre John Geoghan y otros pastores pederastas. Todos fueron trasladados de parroquias para enmascarar sus faltas, en medio de compensaciones secretas. Fue el capítulo más negro del catolicismo estadounidense. Law fue “premiado” en el año 2004 por JP2 para dirigir la basílica de Santa María Maggiore en Roma. “No es una posición de poder”, retrucó el Vaticano ante las censuras.
El argumento de que JP2 desconocía todos estos casos, pese al papado de 26 años, es una fábula para infantes que todavía chupan dígitos. Hablemos claro. La beatificación de Wojtyla representa la santificación de la pederastia. Como pediatra, no lo tolero; como ser humano, menos. ¿Hay esperanza de cambio? Hay indicios, cada vez más palpables, que los jóvenes actuales están saliendo del letargo doctrinario y ejerciendo un pensamiento más crítico, una especie de generación human 2.0. Con esta columna, no he pretendido ofender a los creyentes. Con esta beatificación, en cambio, se ha insultado a la juventud entera.