Yo no soy Charlie Hebdo, tampoco soy Chérif ni Said Kouachi. Yo soy Carlos y por más que lamente la muerte sinsentido de las 12 víctimas del terrorismo, también rechazo la de sus victimarios.
Aunque esto parezca algo absurdo, considero que toda vida es preciosa y nadie tiene el derecho de quitarla. La muerte de los hermanos Kouachi fue una oportunidad perdida para la justicia, pues su juicio pudo haber sentado un ejemplo contra cualquier aspirante a kamikaze-terrorista.
Sin embargo, la principal razón por la que no soy Charlie Hebdo ni los hermanos Kouachi es que vivo o trato de hacerlo bajo la regla de oro: “Haz a los demás lo que quieras que te hagan a ti”. Es así de simple.
No puedo ser ninguno de ellos porque yo respeto a los demás, sin importar su fe ni su ideología política, al igual que quisiera que respetaran la mía. No puedo igualarme a ellos, pues considero que mi libertad está limitada por la de otros, y no creo que la mía esté por encima de la de los demás.
Tampoco concuerdo con aquellos que consideran que decir: “Soy Charlie Hebdo” es defender la libertad de expresión, pues la libertad debe ir acompañada de responsabilidad. En consecuencia, la libertad de expresión debe considerar el respeto por la persona humana, el amor al prójimo y a uno mismo.
Esto no significa que apoye a los hermanos Kouachi, pues si bien respeto la fe de otros, Dios nunca nos pediría defenderlo a él o a sus mensajeros de unas estúpidas caricaturas. Él es todopoderoso, por lo tanto se puede defender solo. Tampoco nos pediría matar a otros en su nombre, pues su principal mensaje es amar al prójimo.
Si los mártires de la revista satírica francesa y los hermanos Kouachi hubiesen vivido bajo la regla de oro, sus muertes sinsentido no habrían ocurrido, pues el amor y el respeto habrían prevalecido sobre una visión extrema de la libertad de expresión y sobre las creencias religiosas y políticas que no admiten cuestionamiento alguno.
Evitar satirizar por satirizar las creencias religiosas no equivale a autocensurarse, es más bien una regla prudente y caritativa. ¿Significa esto que yo piense que los caricaturistas asesinados se lo buscaron? Mi respuesta rotunda es ¡no!
Hacer que otros paguen con sangre una ofensa hecha con tinta, además de ser en extremo injusto, es un signo de barbarie que no se debe tolerar.
Sin embargo, proclamar: “Yo soy Charlie Hebdo” no solo es falso, sino inútil, pues obvia el posible origen de esa reacción extrema y barbárica, es decir, la constante expresión de un punto de vista intolerante contra ciertos grupos religiosos y étnicos, y el irrespeto de aquellas cosas que le son de valor.
¿No es por esta razón por la que algunos países han prohibido la incitación al odio o de cualquier cosa que pueda afectar u ofender a ciertas minorías? ¿O será que los derechos de algunas minorías son más importantes que los de otras?
¿No es esta clase de entorno de acoso el que ha radicalizado a las juventudes marginadas?
Yo sugeriría que pensáramos en todas estas cosas, antes de decir algo que quizás no sea realmente lo que creemos.
¿Y usted qué opina?
