Nos hemos acostumbrado a no exigirle a los demás para no exigirnos a nosotros. Tal es la base del abuso de los políticos y de todos los males sociales, e inclusive de la mala distribución de las riquezas.
El orden y la disciplina son aspectos muy importantes y deberían enseñarse en las casas y las escuelas, pero carecemos de estos y barbarizamos nuestra conducta social. No podemos tener un país de primer mundo si, como ciudadanos, nos comportamos antisocialmente, regando basura, orinando en las calles, agarrándonos a golpes en las vías o atacando a quien opine distinto. Si los gobernantes son el reflejo de cada pueblo, ¿por qué sorprendernos de los que hemos tenido o asustarnos de los que tendremos? ¿Por qué nos sorprende que debamos votar por el menos malo, si nuestra propia actitud cercena toda posibilidad mejor? Hacer la diferencia implica un cambio personal, y eso duele y da pereza. Entonces, preferimos el derrotismo y el conformismo, pues es más fácil y menos complicado. Vivir así nos da comodidad, aunque nunca felicidad. El cambio está en nuestras manos, pero demora y exige reajustar la perspectiva racional. Implicaría trabajar duro, ahora, para que las próximas dos generaciones disfruten de un mejor país.
Cuando uno se exige depura su forma de ser y se vuelve más exigente con el mundo que le rodea. Esto, a mediano o largo plazo, redunda en beneficio de todos. Antes de obtener algo, lo que sea, debemos pagarlo. Pero el panameño siempre ha vivido a crédito social, disfrutando primero la comodidad, para luego pagar, con creces y con sufrimiento.
Si no nos esforzamos, viviremos siempre de la migaja, de la trampa y de la conmiseración de un tercero. Migajas, en cuanto a salarios de hambre y explotación; trampas, si no quieres pagar con esfuerzo y obtienes las cosas por corrupción (“juega vivo”); y la conmiseración de un tercero, equivale a depender del gobierno, iglesia u organismo de ayuda social.
Cuando usted se queja de explotación y mala paga, sin hacer nada por cambiar su realidad laboral o económica, actúa con la filosofía de cualquier persona “de barrio”, exigiéndole al gobierno que “le resuelva su problema”. Dicho de otra forma, en lugar de accionar para construir soluciones, nos hemos acostumbrado a vivir de lo que nos dan.
Todo beneficio implica algo de lucha de nuestra parte con el entorno y con lo demás. Así se crea el equilibrio que llamamos vida. Por eso, hay que luchar para mantener el equilibrio social, porque Panamá no es un país equilibrado. Basta comparar los edificios de Punta Pacífica y Paitilla, con las casas de Boca La Caja.
Para eliminar la pésima distribución de riquezas, la primera lucha es de cada quien, con su yo personal, y luego con los explotadores. De otra manera la lucha no sería buena y no tendría fruto ni sentido. Ahora bien, si en lugar de exigirnos, vivimos justificando cada derrota (como en el fútbol), culpando a otros sin asumir responsabilidades, entonces, seguiremos perdiendo la batalla, sin haberla declarado siquiera (derrotismo).
Ser negativo y derrotista es algo que va muy ligado a la pereza, a la desidia y a la indolencia, síntomas innegables en nuestras autoridades y sociedad. La indulgencia con los defectos propios y los ajenos ha hecho que Panamá se ahogue en desigualdad y explotación social. De esto no nos salvará ningún político, religioso ni mucho menos un empresario. De esto solo nos salvarán las decisiones y acciones que adoptemos.