César A. De León, formador de conciencia



Desde el extremo suroriental de la patria (Jaqué-Darién), pretendo ripostar a la información luctuosa, que me sacude, de la caída, en el combate por la vida, del profesor César A. De León. Quienes fuimos sus discípulos y admiramos su egregia figura humana, tenemos el deber de arrebatárselo a la muerte en esta hora del centenario patrio, que demanda ejemplos de humana integralidad, como el suyo; para que los valores que él encarnó, penetren en alguna conciencia receptiva que siguiendo sus huellas redoble las lecciones de conducta militante por una sociedad más humana.

Conocí al maestro César A. De León, pues más que profesor fue maestro, sin tener circunstancias de relaciones interpersonales de ninguna clase; pues alumnos de niveles superiores al mío me comentaban de su inmenso acervo cultural y su capacidad para enseñar. En mis dos últimos años de bachillerato se concretó la oportunidad de ser su alumno, hasta que al inicio del sexto año este sistema represivo a la libertad de pensar, decidió acusarlo y expulsarlo por enseñar marxismo-leninismo en su aula de clases. Curiosamente cuando algunos calculaban, como alumnos, que él en cualquier instante abortaría sus ideas políticas; fue todo lo contrario: jamás tocó ese tema. Pero sí, a través de las asignaturas (Historia de América y filosofía) que desarrolló, despertó en nosotros una gran capacidad de análisis científico de la realidad, cualidad que jamás perdimos.

Ahora puedo manifestar que César A. De León, más que agitador dentro de un partido político, fue un buril docente que supo tallar personas con capacidad de pensar libremente.

Hoy, al saber de la separación de su material figura, sentimos que aunque fueron pocos nuestros encuentros, fija quedará su imagen imperecedera de gran orientador y defensor de lo justo y la verdad. Nacido en Chimán-Panamá, supo ser coherente y lúcido; serenamente valiente y consecuente con su pensamiento; dibujante de una serena sonrisa optimista sobre el triunfo del bien y la belleza. Aceptó, cual Cristo redivivo, ser ilota contemporáneo para soportar estoicamente la incomprensión y marginalidad de una mediocracia que jamás fue mejor que él en algo. Fue un triunfador porque hizo, con amor responsable, lo que quería. Con su talento pudo ser un empresario millonario más, pero decidió ser rico en su entrega a la clase social de los más injustamente explotados. Fue un comunista completo, con respeto por todas las otras creencias, porque era un pacifista crédulo de la evolución nacional de las etapas en la historia de la humanidad. Su militancia ejemplar deja una lección: alcanzar el dominio de la teoría-práctica en las ideas de cambio socioeconómico no es algo fácil y parece una utopía su alcance, por lo que cualquier calificativo despectivo personal por el compromiso con nuevos enfoques ideológicos debe ser tomado como un elogio y no como un anatema.

Por lo anterior, quienes pudimos evaluar la dimensión humana de César A. De León, nos inclinamos reverencialmente ante su memoria, y pensamos que jamás volverá al destierro, porque grabaremos sus huellas ejemplares para que alumbren a otros halcones humanos que quieren volar libremente, enarbolando ideales transformadores para construir una sociedad más democrático-humana, ideales que él encarnó como causa vital que le ha permitido trascender la muerte para vivir más.

El autor es educador

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