La escala de corrupción cometida por la pasada administración es una oportunidad más para evaluar el verdadero papel de la política, pero también del rol del ciudadano común en la sociedad panameña. Empecemos por asumir que existe una relación entre corrupción y el rol del ciudadano común. La generalidad de entender la política como algo ajeno y perteneciente estrictamente al campo “político”–sin mencionar la confusión entre el político y el politólogo– ha sumido la sociedad en un profundo –y peligroso– desconocimiento de esta materia. La política es el medio por el cual se resuelven todos los conflictos sociales, conflicto que a su vez hace que la sociedad avance. Es decir que sin la política no existiría la sociedad. Numerosos estudios y teorías político-sociales de grandes filósofos, politólogos y antropólogos corroboran que se puede ser apartidista, pero no ser apolítico.
Sin embargo, dada la baja credibilidad de los partidos y la débil formación y educación cívico-política, el ciudadano percibe la política como un elemento desacreditado, como un medio para enriquecerse u obtener prestigio social. Hecho que ha distorsionado su verdadero papel en la sociedad, pero también ha reducido la atención y participación del ciudadano en la misma.
Preocupa que ante los últimos casos de corrupción, se recurra a un papel de “víctima” y de ajusticiamiento, y poco nos han hecho reflexionar sobre nuestro rol apolítico. No parece justa la demanda y exigencia de justicia de los “corruptos” sin asumir nuestro deber ciudadano. No solo gozamos de derecho a elecciones democráticas, seguridad social, educación; nuestro papel también implica deberes más allá de pagar impuestos. Sí, definitivamente no se puede confiar en las instituciones gubernamentales. El Órgano Judicial, el Tribunal Electoral, hasta el Estado como entre regulador y supervisor han fallado. Por eso, debemos adoptar una actitud más activa y exigir un mejor funcionamiento de la “cosa pública”. Estoy convencida de que los recientes casos de corrupción también encontraron sus raíces ante un ciudadano que desconocía e ignoraba las regulaciones, leyes e incluso los procesos que se deben ejecutar en los asuntos públicos. Al renunciar o alejarse de la política, en realidad el ciudadano ayudó a perpetuar la política existente.
Aún recuerdo un comentario curioso que escuché cuando estudiaba en la Universidad de Panamá. Decía un profesor que el sistema universitario proveía el 1% de la totalidad de la enseñanza superior, otro 1% lo brindaba la experiencia y metodología del profesor, y por último, otro 1% era la autonomía del propio estudiante. Para equilibrar la balanza educativa, me tocó ponerme las “pilas”, recurrir a la biblioteca e instruirme un poco más. Pongámonos las “pilas”, asumamos que la política somos todos, y que a través de su conocimiento resolvemos los problemas diarios, a la vez que aseguramos las garantías sociales, políticas y económicas del mañana del país.