La pretendida renovación urbana de la ciudad de Colón apareció como uno de los actos del actual gobierno. Desde luego, se impulsaba una idea de vieja data que, con alguna constante, había sido planteada por políticos en una que otra campaña. Se trató de un insumo electoral que, con cierta sagacidad, interpretaba el sentimiento de los colonenses, tomándolo como propio y construyendo espejismos para obnubilar a los ciudadanos.
El deterioro de Colón ha sido histórico. Tal vez con intención se ha incrementado por quienes tienen la responsabilidad de aportar los recursos económicos y definir las políticas públicas en beneficio de la colectividad. En un artículo titulado: “Reforma urbana con puerto libre”, escribí que el deterioro físico ha sido inducido, con claras intenciones. Desde pasados gobiernos, se abrieron ilusas expectativas que contribuyeron, entre otros factores, a una forma de ser del colonense que se expresa mediante conductas explosivas, por el desengaño y la falsedad. La desesperanza vuelve al hombre de Colón, cuando advierte que el proyecto de renovación –a mi juicio ideado desde arriba– comienza a engrosar la larga lista de desilusiones, desalientos, amarguras y de decepciones; práctica común de los gobiernos. Es claro que no venía como una concesión graciosa del gobierno de Juan Carlos Varela, sino que muy en el fondo se trataban de crear las condiciones estructurales para poner en ejecución el puerto libre. No por pura casualidad, la renovación fue parte permanente del discurso electoral del hoy presidente.
El problema está en que una renovación al estilo del poder económico nunca iba a ser coincidente con las aspiraciones o las concepciones que tiene el pueblo. Pensar, por ejemplo, que la movilización de los habitantes del casco favorecería la renovación y las condiciones finales para el puerto libre, sin que fuera advertido por la colectividad, es una ingenuidad del gobierno. Los pueblos han aprendido a leer con claridad las pretensiones del poder político y económico.
La ciudad de Colón es histórica, así como gran parte de su estructura física, cuyos inmuebles tienen influencia francesa. Sus calles y avenidas, estilo tablero de damas, fueron concebidas así por Estados Unidos al construirla. No se compara a ciudad alguna en América. Los bustos, monumentos y la arquitectura de sus edificios nos dicen que estamos en una diferente. Que, como dijera Max Salabarría: “No fue construida, como otras en Panamá, a la usanza de los españoles”. Pero, fundamentalmente, la población tiene un peso histórico, y no hay renovación sin la gente. De manera que el proyecto, inconsulto e impuesto, tendrá que revisarse, de no hacerlo será un fracaso.
