La comunicación domina el mundo en tiempo real, lo deconstruye cotidianamente, lo reconstruye según las necesidades y planes de cada cual y es un gran paso en la emancipación de la especie. La comunicación política abre el camino a la ciudadanía universal y su exclusión ya no es posible.
En la actualidad, los comunicadores políticos modernos son, esencialmente, “guerreros de la comunicación” pues, hoy en día, la actividad política es pura comunicación, es decir, mensajes que deben ser emitidos, neutralizados o derrotados.
Un ejemplo de lo dicho es la información que manejan los nuevos dictadores en algunos países que, bajo la máscara de “demócratas”, ejercen el control absoluto. No se enfrentan ya directamente a los medios a través de métodos tan abiertos y brutales, como la expropiación, sino que los controlan “indirectamente”, de manera oculta y efectiva, a través de la corrupción y el chantaje.
Saben que solo a través de los medios de comunicación, lograrán controlar a la población “levantando” algunas noticias, ocultando otras o ejerciendo el “terrorismo de imagen” para destruir a las personas o instituciones “incómodas”, y todo esto sin disparar una sola bala.
Por otro lado, una situación que también se presenta en las “falsas democracias”, es la autocensura, es decir, aquellos medios que, ante una situación crítica, prefieren callar o tener un bajo perfil.
En política la comunicación es fundamental y, la política moderna es, ante todo, mediática. Es necesario precisar que la comunicación política no necesariamente está dirigida a ganar una elección. La comunicación política puede utilizarse también entre otras aplicaciones; para una campaña política gubernamental, para un referéndum, para conseguir una ley o, por el contrario, para derogarla. Es decir, la comunicación política abarca un espectro muy amplio.
Además, hoy en día las tecnologías de la comunicación y la información han invadido a gran velocidad todos los procesos sociales y los han integrado en una mezcla en la que todo influye sobre todo: los discursos políticos, económicos, mediáticos, filosóficos, religiosos, deportivos, chismosos, etc., se enredan en el ciberespacio en una avalancha de información a la que los ciudadanos se enfrentan cotidianamente, como consumidores a la vez que como productores de contenidos.
En cuanto a las campañas electorales, todas son diferentes, por lo tanto, no existen campañas iguales. Intentar copiar o repetir esquemas sin un conocimiento cabal de la realidad es un error. En una campaña electoral todo cambia en forma permanente. Por ello, los estrategas de una campaña saben que lo único que no cambia es el cambio. La flexibilidad estratégica es un principio esencial. El que se mantiene rígido e inmutable, rápidamente es sobrepasado por la realidad.
La comunicación y la política son inseparables y, por lo tanto, toda restricción al libre flujo de ideas atenta contra dos derechos humanos consagrados en la Constitución, libertad de expresión y derecho a la información. De la política se habla y se escribe mucho, y sabemos que su consolidación depende de la comunicación. La brecha entre el público informado y el resto de la ciudadanía ha desaparecido.
Si partimos de la concepción que el binomio comunicación y política ha sido un elemento constante en los diversos análisis y estudios sobre la consolidación de la democracia en el mundo, se confirma que la comunicación es el medio que tiene la política para sobrevivir a quienes la tienen de rehén.
Thomas Carlyle escribió en algún momento: “la comunicación, que puede resultar necesariamente de la escritura, la lectura y la conversación es equivalente a la democracia: si se inventa la comunicación, la democracia es inevitable”.