Sin embargo, hay que reconocer que en su evolución los medios de comunicación han llegado prácticamente a desalojar del poder a los viejos actores de la democracia representativa. Al convertirse en un contrapeso de los poderes tradicionales, el periodismo es una especie de aire fresco dentro de la política y la democracia. Su ejercicio íntegro, sin venalidad ni corrupción, arroja transparencia al ejercicio del poder democrático. De allí, entonces, el peligro de actuar con una cuasi impunidad y pretender que muchas de sus presunciones sean las únicas legítimas. Hay que insuflarle un nuevo aire de racionalidad a la emotividad y la fugacidad propias de la diaria rutina periodística. No debe olvidarse su rol fundamental de promotor de la pluralidad, de diálogos democráticos abiertos, sin prejuicios, ni en defensa de intereses creados.
Las herramientas dadas al periodismo no deben convertirse en instrumentos para acechar en cada punto débil al Estado y sus gobernantes, ni para manipular la información, practicar la calumnia y el descrédito, ni para generar la confusión, la desconfianza y pretender la anulación de voces disímiles a sus planteamientos. Los medios de prensa no deben asumir papeles ideológicos ni sectarios ni crear trincheras desde las cuales atacar por intereses de grupos, corporativos o políticos, a quienes supuestamente los adversan. Es necesario que se despeje toda sospecha sobre la existencia de esos males.
Por eso la urgencia de una autocrítica que permita revisar con la máxima objetividad e integridad las conductas pasadas y presentes del ejercicio del periodismo. Hay que cambiar el color del cristal con que hasta ahora se ha visto a sí mismo para poder, mediante una acción renovadora, mirar hacia el país del mañana. La honrada vocación de autocrítica debe ser asumida por todas las vertientes del periodismo escrito, radial y televisivo. El rol del periodismo no está ajeno a la urgencia de la compleja cirugía que se impone sobre todo el tejido social de Panamá. El periodismo también necesita ser enviado a un taller de reparaciones para que, a través de un debate sincero y honesto, redefina su misión en una democracia que promueva, en igualdad de condiciones, el progreso y el desarrollo social.
Ese fuerte y renovado espíritu de autocrítica es lo único que erradicará la desconfianza en la transparencia moral y ética que a veces recae sobre los medios de prensa. Es inaceptable que se trafique con la información, que algunas notas periodísticas se difundan impulsadas por un intercambio de favores o mediante alguna compensación económica fuera de la pauta publicitaria. Eso vulnera uno de los principios éticos esenciales de la misión profesional del periodismo. Poner al descubierto esas prácticas es una forma de contribuir a su progresiva erradicación.
Se ha dicho que el periodismo moderno es uno de los canales privilegiados por los cuales circula la savia cultural de la nación. Eso torna imprescindible que la comunidad se mantenga informada mediante la insospechable veracidad, objetividad y transparencia. A ese requerimiento de una completa integridad moral, debe añadirse la exigencia de la calidad cultural de los servicios informativos para que el discurso periodístico sea un aporte permanente de seriedad, racionalidad y confiabilidad. Un estilo de comunicación sensacionalista, irresponsable y superficial no solo empobrece el debate de ideas y degrada el idioma, sino que arroja sombras sobre el desempeño de la profesión.
El periodismo tiene una responsabilidad central en el funcionamiento del sistema democrático y la excelencia de su tarea es un componente fundamental de la calidad de la vida institucional. El equilibrado y honesto ejercicio del periodismo es decisivo para la calidad de la democracia. Las malas prácticas lesionan el prestigio y la confiabilidad de la profesión y son un lastre para la vida democrática. Los periodistas deben tomar conciencia de que son actores insustituibles de la democracia. Basada en sus informaciones y opiniones, la ciudadanía forma sus puntos de vista, toma decisiones políticas, económicas, y se modifican los contextos socioculturales de una nación. El autoexamen crítico al que debe encaminarse el periodismo nacional, permitirá corregir desviaciones, recuperar el equilibrio y el sentido de responsabilidad con que debe ser ejercida la irreemplazable función de informar.