Los desfiles patrios, como toda manifestación social, han variado con el tiempo, y algunas de sus variantes no me sorprenden, como lo son: la dimensión y complejidad de las bandas, en especial las de música; las tonadas foráneas y las faldas más cortas. Entre las manifestaciones que sí me sorprenden está el que algunos jóvenes, a pesar de su ritmo muy militar y varonil, se sienten orgullosos de ser liderados por un individuo con movimientos evidentemente afeminados.
Otro aspecto sorprendente lo es el número, extensión y organización de bandas independientes, que se han convertido en un verdadero espectáculo con ribetes de profesionales. Es impresionante ver cómo estos adultos jóvenes, a pesar de provenir de estratos sociales muy bajos, hacen el sacrificio para adquirir el instrumento y vestimenta para dichas presentaciones, sin obtener nada a cambio. Es interesante observar que a pesar de la poca educación de algunos de ellos, que en ocasiones son tildados de maleantes, dan muestras de mucha disciplina. He escuchado que en algunos casos a los indisciplinados se les somete a fuertes castigos de tipo militar, lo que me hace preguntar: ¿por qué soportan todo eso? ¿Dedicarían todo ese esfuerzo y sacrificio al estudio?
A pesar de que cuando joven fui miembro de una banda de guerra, de donde tengo mis mejores recuerdos de adolescente, no encuentro la respuesta al fenómeno antes mencionado y ojalá los sociólogos la expongan. De lo que sí estoy seguro es de que toda esa dedicación que se le brinda a una banda es porque les gusta, lo que me hace meditar sobre cómo sería nuestra sociedad si nuestros jóvenes logran detectar y desarrollar lo que más les gusta como individuos, ciudadanos y futuros profesionales.
En estos momentos en que nuestro país se aboca a la cultura del cambio, donde lo que no ha variado es la importancia que le damos a la educación para un desarrollo sostenible, hago un llamado a las autoridades responsables de dicho cambio para que reflexionen sobre cómo hacer la educación un poco más individualizada, donde el estudiante descubra y explore lo que más le gusta; que usualmente está relacionado con sus verdaderas e innatas potencialidades. Nuestra educación está enmarcada en lo que el estudiante debe aprender y ya es hora de preguntarle qué quiere ser y hacer.
Específicamente, propongo que nuestra educación, desde sus primeros años, procure identificar las habilidades e inquietudes del niño sobre lo que desea aprender, que podría realizarse con los test que tengo entendido existen para tales propósitos. Identificadas esas metas, el maestro diseñaría las estrategias necesarias o disponibles para que el estudiante trabaje sobre dichos objetivos.
Entiendo que dadas las múltiples responsabilidades que tienen los educadores, una educación individualizada sería una utopía; sin embargo, la detección temprana de esas áreas de interés del estudiante sí es posible, y lo que resta es evaluar qué se puede hacer con esa información.
Bastante sería si dicha información estuviese a disposición de cada maestro, de los cuales estoy seguro que, por voluntad propia, algunos harían algo al respecto sin mucho esfuerzo. Por ejemplo, si se tiene programado una presentación oral sobre el sistema solar, el estudiante más indicado para ello sería aquel de quien se sabe tiene interés en la astronomía.
El profesor de música podría asignar tareas de acuerdo al instrumento que los estudiantes deseen tocar. El maestro podría dividir los estudiantes de acuerdo al deporte que deseen practicar. Un profesor que lee un artículo interesante en el periódico sobre medicina, podría recomendárselo al estudiante interesado en esa profesión. En resumen, tantas cosas se podrían hacer si se cuenta con la información antes indicada, que me quita el sueño el imaginarme si las acciones tomadas dentro del marco del interés del niño fuesen más allá de la voluntad del educador y se convirtiesen en una política educativa. Con ello no tendríamos estudiantes despreocupados por sus estudios, ni profesionales sin vocación por su carrera.
