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Entérese del movimiento ‘Slow food, slow life’: Beatriz Valdés

Un amigo nos remitió los comentarios que a su vez le había enviado un colega ubicado, por asuntos de trabajo, en un país escandinavo. Afortunadamente, su corresponsal tiene talento, y enterarnos de las novedades que en esas tierras encontró fue tan ameno e informativo que invito a las siguientes reflexiones.

Una de las curiosidades asombrosas en Escandinavia es la existencia de una cadena de restaurantes de slow food, desafío a la filosofía gastronómica norteamericana que generó el tipo de servicio alimentario caracterizado por la rapidez con que se llena el pedido y se lleva el mordisco, eso sí, lleno de sabor, a la boca.

En Estados Unidos, los restaurantes que dispensan fast food nacieron y prosperaron porque respondían a una necesidad: la de convertir la hora del almuerzo en una parada rápida, satisfactoria, económica y cercana al trabajo.

Los fast food, que echaron sus vistosas raíces en las esquinas más activas de cada ciudad, fueron un alivio para las familias norteamericanas donde las amas de casa comenzaban a salir a trabajar para contribuir a una economía familiar cada vez más presionada por necesidades esenciales como educar mejor a los hijos, y también para responder con dinero en mano a las invitaciones que los apremiaban desde las vallas en las carreteras, las páginas de los periódicos, etc., incitándolos con las maravillas que los esperaban en sus beautiful malls.

A pesar de convertirse rápidamente en una conveniencia, no sirvieron los fast food para disminuir el estrés que parece ser un reflujo inesquivable si se quiere vivir en las grandes ciudades. Por el contrario, convirtieron lo que solía ser un alivio, el alto para comer, reposar y departir con la familia, en una deglución automática, muchas veces de pie y en ambientes ruidosos.

Los slow food ofrecen sus alimentos siguiendo aspiraciones diametralmente opuestas a los fast food. Allí, alimentarse vuelve a ser un acto civilizado, una oportunidad para aligerar las tensiones, que allá también existen, complaciendo las papilas gustativas sentado ante una mesa bien dispuesta.

Para asegurar el bienestar de los escandinavos cuando se alimentan fuera de casa, las comidas de los slow food son cuidadosamente sazonadas, cocidas a fuego lento y acompañadas de una copa de vino, aunque el ritual tenga lugar a las doce del día.

Tan atinados encontraron los escandinavos los restaurantes de slow food que, primero, los coronaron de éxito, y poco después, fundaron una agrupación ciudadana llamada Slow life.

El mensaje esencial de los slow food caló. Prueba de ello es que el creciente número de asociados en el movimiento Slow life se defiende de la globalización diciendo NO al comercio mundial que intenta importar a su tierra hábitos que disminuyen la calidad de vida o merman las costumbres civilizadas y placenteras que son producto de muchos siglos de convivencia.

Tan así, que Slow life influyó en el fracaso de los plebiscitos celebrados en dos países de Europa donde los ciudadanos rechazaron las normas de una Constitución para la Unión Europea.

Los non-istas franceses, por ejemplo, leyeron la letra menuda de la propuesta constitutiva y se dieron cuenta que aceptarla era decir oui al efecto secundario del neoliberalismo; ingresar en la pista de una vida a la carrera.

La riqueza como sinónimo de éxito llegó con la semilla del experimento democrático americano. La misma ley natural que impele a los seres vivos a encontrar su sitio jerárquico en cualquier agrupación, actuaría en la nueva sociedad. Pero a falta de herencia y sangre, se escalaría gracias al talento y su fruto: el dinero.

Es probable que el rechazo a la globalización que se manifiesta en varios países de nuestra propia región tenga, además de motivos de orden político y económico, una preocupación cultural similar a la de los escandinavos: el temor a verse inducidos a desgastarse sólo para para ganar monedas.

Saludo a los lejanos hermanos de Escandinavia y alzo mi copa porque se propague el éxito de slow food y Slow life. Y que los ratos de solaz que recuperemos sirvan para llenar nuestras vidas de verdaderos agrados: buena conversación, acercamiento al arte y sobre todo, buenas lecturas.



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