Si las calles se inundan, la culpa es de nosotros, por desaseados y perezosos. Por tirar colchones, estufas, refrigeradoras, equipos de sonido, aparatos de aire acondicionado, muebles e infinidad de basura en los drenajes, quebradas, etc.
Pero las autoridades no hablan de la cantidad de edificios que se construyen, sin aumentar la capacidad del drenaje. Ni de las promotoras inescrupulosas que construyen, a diestra y siniestra, sin respetar los estudios ambientales, y vierten desechos en cualquier lado.
Tampoco de la deforestación, la destrucción de los humedales ni cuando pecan, de omisión o ceguera, para favorecer intereses privados.
Si la criminalidad e inseguridad urbana empeora, es un problema de percepción. Porque todos exageramos e imaginamos cosas. O preferimos creer que hay más robos y crímenes, que buenas noticias.
Todo esto a causa de la negatividad del panameño y la histeria colectiva, generada por los medios de comunicación social en su visceral afán de rating. O por los teléfonos inteligentes, que permiten “tomar selfies” o chatear crímenes en ejecución. Pero no hablan de la nulidad, del poco importa, de la apatía ni de la desidia de los encargados de “proteger y servir”.
Si la canasta básica sube, la culpa es del panameño que no se acostumbra a comer atún, frijoles enlatados o arroz con huevo.
Si hay crisis de agua, es porque la despilfarra el pobre; no así los hoteles y clubes de golf, regando sus enormes campos.
Si hay que ahorrar energía, el pueblo debe vivir a oscuras, pero nadie se mete con los centros comerciales.
Si las escuelas privadas suben los costos indiscriminadamente, la clase media tiene la culpa, por no cambiar a sus hijos a las escuelas públicas.
Si hay malos salarios o desempleo, es porque el panameño no está bien preparado, es grosero y vago. Nadie habla de los empresarios que pagan salarios de explotación, en complicidad con la mano de obra extranjera más sometida y servil que la autóctona.
Ahora, para colmo, quieren sacar dinero de los reavalúos y de la descentralización. Porque el Gobierno, ahogado en su propia mediocridad y burocracia, no tiene la capacidad de recaudar ni la iniciativa de generar nuevos ingresos. Reactivando al interior, haciendo que el país produzca, en lugar de cargarnos más impuestos o correr a sobreendeudarnos.
Es muy cómodo recostarse al pueblo, cuando nuestras autoridades pecan de pusilánimes, mediocres y no tienen la mínima iniciativa ni la moral para enfrentarse a los poderosos, redistribuyendo las riquezas de manera justa y equitativa. Sin embargo, se la regalan a las empresas transnacionales, como premio por denigrar y abusar del consumidor local. ¡Claro! como no se atreven a enfrentar a sus donantes, les resulta más fácil sacrificar a sus votantes.
Los ciudadanos están explotando, afectados por la falta de sueño, la mala salud y alimentación, la injusticia, la impunidad, la criminalidad en aumento, el problema de la escasez de agua, la acumulación de la basura, las inundaciones, los tranques infinitos, la migración descontrolada y el pésimo transporte.
Si el Gobierno no empieza a dar soluciones reales, dejando a un lado la demagogia mediática y reactiva, la violencia saltará de las calles a un plano en el que será mucho más dañina y difícil de controlar. Porque los pueblos más abusados, son los que peor se rebelan. No quieran eso para Panamá.
En su afán insaciable de acumular riquezas, su egoísmo e indolencia, nos están arrastrando a una realidad social inimaginable. Bajo ninguna circunstancia es racionalmente prudente, tentar la mano de Dios, a través de la ira humana.