‘Je suis afro’: Paco Gómez Nadal



Cada vez que se celebra el “Día de” podríamos añadir en nuestro listado un grupo excluido o ninguneado por la mayoría social. No se celebran días de la cultura occidental, o el día de los hombres o el día de los católicos, el día de los propietarios, o el día de la cultura estadounidense… No se celebran porque esos rasgos son los dominantes, son los de las “etnias” que controlan el discurso hegemónico, los gobiernos o los medios de comunicación. Lo que nos animan a celebrar son los días de la mujer, de los trabajadores, de las personas con enfermedades raras, de los indígenas o… de la etnia negra.

Como les digo, es el catálogo de la exclusión pasado al calendario de lo políticamente correcto para que, al menos, por un día, esas personas sientan que sí existen (aunque la realidad sea más dura). Estamos en el Mes de la Etnia Negra y proliferan los artículos sobre los aportes afro a la cultura panameña, como si las y los afrodescendientes siguieran sin ser panameños, invitados a residir en un país que ahora decide reconocer que además de bailar bien y hacer deporte, algunos afro le han dejado algo al país. La misma actitud se tiene con la comunidad china, no es igual con los descendientes de europeos de Chiriquí o con la poderosa comunidad judía. Los otros, los nadie, solo existen como rareza histórica, como anécdota cultural que justifica el mito del crisol de razas e invisibiliza la historia de desigualdad, servidumbre y exclusión.

Es altamente recomendable echarle un ojo al interesantísimo estudio que publicó el PNUD en 2013 sobre la autopercepción de los afropanameños sobre su identidad y su relación con el resto del país. Página a página se desgrana la estigmatización y la discriminación racial con la que la Panamá oficial y social se relaciona con los afropanameños.

Uno de ellos, en uno de sus testimonios, afirma: “Nosotros decimos que Panamá es un crisol de razas, multiétnico y pluricultural. Sí somos un crisol de razas, pero ese mismo crisol de razas debería utilizarse para todo, mi empresa es un crisol de razas, mi revista es un crisol de razas, mis comerciales son un crisol de razas, y aquí solo usan a los negros para el comercial de pobreza o de delincuencia”.

Los afrodescendientes, una vez que ya no sirvieron como mano de obra esclavizada, una vez que dejaron de ser bienes muebles de los que se beneficiaron las grandes familias, colonas y criollas, pasan a ser unos invitados incómodos que cargan con el terrible lastre de la maniquea construcción racial que comenzó a construirse con el tráfico esclavista y que perdura hasta nuestros días.

Hay que reconocer que las organizaciones afro de Panamá han hecho un trabajo magnífico en la última década para visibilizar a su comunidad, con sus fortalezas y sus reclamos. Han exigido el ejercicio de sus derechos y han posicionado a los afrodescendientes como sujetos políticos, alejados del estereotipo recurrente que reduce lo negro a lo físico, a la tríada deporte-folclore-sexo.

Sin embargo, no hacen falta estudios sesudos para comprobar la discriminación racial que se sufre día a día en Panamá. Son anecdóticos los afropanameños en altos cargos públicos y menos aún en los puestos gerenciales de la empresa privada. Casi ninguno propietario, ninguno presidente, casi ausentes de los espacios de debate nacional, a pesar del porcentaje que representan en la población nacional (un 10%).

Los “Días de” solo son útiles si sirven para exigir y avanzar en el ejercicio de los derechos y en la consecución de la igualdad de oportunidades. Pero me temo que la mayoría de la sociedad no deja de ver estos días como una anécdota exótica, un momento para hablar de recetas de cocina o congelar a la población afro en la dramática historia de la esclavización, primero, y de la servidumbre en las obras del Canal, después. Es como si no hubiera presente, como si, de ese modo, se negara el futuro.

Hoy Je suis afro, porque una vez que sabemos que no hay disculpa científica ni ética para la separación racial, es tiempo de sabernos como el otro, como la otra. Ni mejor ni peor, equivalentes en dignidad sin importar el origen étnico, el color de la piel, la orientación sexual o, incluso las capacidades. Es tiempo de romper la inercia de la condena social a amplios grupos de la población, es tiempo de que el crisol de razas sea un hogar justo y digno para todas y todos. No puede haber crisol de razas cuando no existen las razas. Lo que existen son diversos orígenes, diversas historias acumuladas, diversos anhelos. Nada más. Todo lo que sea clasificar y separar solo servirá a aquellos que potencian las divisiones para seguir utilizándonos. En tiempos en que todos parecemos bienes muebles, quizá deberíamos aprender y compartir con los afrodescendientes su historia digna de resistencia y de existencia a pesar de todo, a pesar de todos (los otros).

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