Ando descerebrado después del triplete azulgrana. Trataré de hilvanar frases inteligibles. Debemos dar un compás de espera al gobierno de Martinelli antes de criticar su andar. Muchos de sus elegidos no tienen pasado político y han sido solo exitosos en el ámbito empresarial. Aunque algunos exhiben señales inquietantes, prefiero ser optimista y pensar que sus valores o proyectos de vida no serán impuestos al resto de la población. La rica diversidad étnica, social, cultural y espiritual de nuestra sociedad debe ser acicate para gobernar en beneficio de todos, sin exclusión de minorías. Ofrezco mi visión sobre las carteras de educación y salud, estamentos críticos para la búsqueda de equidad colectiva.
La comunicadora Lucinda Molinar es la ministra de Educación. Ella es una profesional trabajadora, dinámica, carismática y aparentemente comprometida con las metas de depurar corrupción y procurar bienestar ciudadano. Pese a no tener experiencia en administración pública, tampoco en asuntos académicos, tiene capacidad para aprendizaje rápido. Por su formación periodística, posee habilidad para canalizar las quejas y ansiedades de compatriotas que sufren injusticias cotidianas. Ha criticado, y mucho, las actividades gubernamentales anteriores. Le llegó la hora de batirse en el ruedo y ser calibrada continuamente desde la barrera. La tarea no es nada fácil. Tiene por delante la enorme deficiencia en la educación pública, la indisciplina del estudiantado, la urgente capacitación de docentes y la modernización de centros escolares. Se enfrenta, además, a dirigentes gremiales anquilosados que tienen secuestrada la educación y evitan cualquier reforma progresista, dando un pésimo ejemplo a alumnos con ansias de superación. No me sorprendería saber que algunos de ellos ignoran también la identidad de Confucio.
El doctor Franklin Vergara comandará el Ministerio de Salud. Él es un estupendo internista, con acuciosa capacidad para menesteres clínicos. Fue director médico del Complejo Hospitalario Metropolitano y no tuvo mayores contratiempos en su misión. Carece de trayectoria en salud pública y desconoce intimidades ministeriales, pero puede configurar un equipo asesor que subsane esas debilidades. Es una persona introvertida, de pocas palabras, que no se ha destacado por aportes de trascendencia en políticas sanitarias. Su viceministro, Dr. Julio Santamaría, un excelente oncólogo, con maestría en bioética, tampoco tiene recorrido público. El Minsa cuenta con extraordinarios técnicos y epidemiólogos, en mandos medios, que pueden facilitar la adquisición de conocimientos y propiciar una transición fluida. Les aconsejo no desmembrar el engranaje institucional, desplazando unidades valiosas para incorporar a amigos o compañeros de partido. Se enfrenta, aparte de la epidemia de influenza, a varios retos de relevancia como la ineficiencia del sistema de servicios, la reforma en el modelo de atención o la improductividad administrativa y laboral.
Deberá lidiar, además, con cabecillas gremiales autodenominados voceros médicos, más enfocados en intereses particulares que en beneficios del usuario, que han decidido reemplazar academia y humanismo por estridencia y sindicalismo. Para optimizar educación y salud en Panamá, los nuevos ministros deben empezar por despolitizar y “desgremializar” el ambiente. Solo con eso, el país gana y se encienden luces de progreso.
Unas sombras, empero, oscurecen al gabinete venidero. Después de las elecciones, me sentía feliz. Todos los diputados que bloquearon la discusión del proyecto de educación sexual en la Asamblea fueron derrotados en las urnas. El único que lo defendió, Dr. Crispiano Adames, salió reelegido. Mi alegría fue fugaz. El Opus Dei está infiltrado ampliamente en el elenco gubernamental. La señora Molinar se opuso ferozmente al documento, utilizando la tribuna televisiva para empujar sus dogmas religiosos. El Dr. Santamaría también pertenece a la cofradía de Escrivá. Esta organización elitista recluta a jóvenes católicos, con cierta capacidad intelectual y monetaria, para intentar dominar a la sociedad y recuperar el poder del Vaticano en las políticas sociales de naciones vulnerables. Es un imperio económico, forjado durante la dictadura franquista, que parasita los partidos de derecha para lograr sus mesiánicos fines. El Partido Popular español, por ejemplo, tiene en sus filas a perturbados mentales, miembros de La Obra. Tengo temor a que, durante este quinquenio, los estudiantes sigan desinformados en sexualidad, se detengan los programas de planificación familiar, se prohíban los abortos terapéuticos, se realicen exorcismos al condón y se retornen los homosexuales al clóset. El virus del sida se frota las manos y prepara el festín.
Toda persona tiene libertad de afiliarse a cualquier asociación y creencia. No objeto decisiones privadas. Las estrategias del Opus Dei a nivel internacional, empero, generan intranquilidad. No quisiera pensar que la Prelatura moverá los hilos del gobierno de Martinelli. En España, por fortuna, existe una sociedad pensante y madura que resiste sus embates doctrinarios, manteniendo la necesaria separación entre Estado e Iglesia. Acá, todavía, sobresale una mentalidad primitiva y supersticiosa que puede ser presa fácil de sus directrices. Apelo al liderazgo del mandatario para prevenir una potencial intromisión en su gestión. Cuando encuentre silicio en las reuniones de su gabinete, será ya tarde. Amén.
