El término “lucha de clases” denota la presencia de conflictos sociales por el contraste en recursos y privilegios entre personas de distintos estratos políticos o económicos. La frase fue originalmente acuñada para resaltar las diferencias entre gobernantes y gobernados. Maquiavelo identificó cuatro tipos de clases que incluían aristocracia (los del poder), ciudadanía (poseedores de bienes), plebe (masa urbana) y campesinado (tropa rural). Marx redujo todo a burguesía (propietarios de empresas o jefes de asalariados) y proletariado (trabajadores pagados por su labor).
En su momento, el concepto ayudó a fortalecer la democracia en EU y Europa occidental, evitando la excesiva autoridad de mandatarios y la explotación del obrero por sus patronos. Aunque, en los países subdesarrollados, todavía persisten estas anomalías, la expresión es también aprovechada por gente resentida para enfrentar a los que más tienen con los que menos. Esta conducta no solo hace daño a la convivencia pacífica entre compatriotas sino que traduce complejos de inferioridad. Garantizar salarios razonables y servicios básicos de primera a todos es función exclusiva del Estado, no de sus contribuyentes.
Tener mucho o poco depende de diversos factores. Obviando la riqueza fraudulenta, desafortunadamente más regla que rareza en naciones tercermundistas, los elementos indispensables para generar ingresos son influencia familiar, capacidad intelectual, educación alcanzada y sacrificio laboral. Si el dinero se gana con legitimidad, no encuentro ninguna razón ética para poner techo a esa fortuna, restricción que violaría libertades individuales. Tomemos el ejemplo de Bill Gates. Salvo alguna denuncia sobre prácticas monopólicas, las arcas de este ingenioso empresario son legales. He escuchado sus conferencias y valorado el impacto de su fundación filantrópica en la erradicación de infecciones en regiones necesitadas. Para aplaudir. Si el caudal de este señor estuviera en manos del Estado, sería utilizado para comprar armas y no vacunas.
Pese a estar en desacuerdo con aplicar límites al capital de un particular, la obsesión por tener más puede tornarse enfermiza, provocar trastornos sicosomáticos y pérdida de amistades. La felicidad, además, no guarda relación con la solidez financiera. Ser exitoso tampoco es poseer más. El éxito de un individuo reside en su excelencia profesional, sus virtudes como pareja, progenitor o compañero y la impronta que deje su actuar en los demás. Me fastidia asistir a una reunión donde se hable de dólares, marcas famosas y artículos de lujo como táctica para impresionar al entorno. Me paro, emigro y no regreso. Prefiero los círculos donde se discutan temas sociales, filosóficos o deportivos y todos los asistentes son mirados genuinamente de igual a igual.
Algunas personas satanizan a los ricos que viven en áreas residenciales pomposas. Eso, a mi juicio, refleja envidia y frustración de fondo. Conozco muchos individuos decentes, éticos y solidarios que pertenecen a estos segmentos pudientes. Asimismo, otras catalogan de vagabundos, antihigiénicos y maleantes a los que habitan comunidades humildes. Pues, también soy amigo de numerosos pobres que, aún con severas limitaciones, exhiben cualidades dignas de alabar y emular.
Urge retomar el significado inicial de “lucha de clases” para lograr que todos los ciudadanos seamos contrapeso a las actuaciones de la estirpe gobernante hasta que, algún día, depuremos corrupción, tráfico de influencias, clientelismo político y conflictos de interés, los verdaderos males que nos asfixian. Triste es saber que, con contadas excepciones, los que buscan dirigir puestos públicos lo hacen pensando en ser millonarios a corto plazo, usurpando el patrimonio estatal y levantando negocios con base en la información privilegiada a que solo ellos tienen acceso inmediato.
Todo, como señalaba Ghandi, a expensas del silencio de los seres honrados.
Finalizo con un consejo. Para estar en concordia con el prójimo y en satisfacción con uno mismo debemos concienciarnos de que, por un lado, la riqueza no equivale a la cantidad de divisas que poseemos sino a la calidad de atributos que exhibimos; y por el otro, que aunque el dinero no asegura bienestar, es casi lo único que nos compensa por no tenerlo. La felicidad está en el equilibrio. Búscalo.