La ocurrencia de cualquiera cosa trascendente para el desarrollo del país debe inducirnos, primero, a averiguar por qué se dio el hecho y, luego, a enjuiciar sus consecuencias. Sin duda, semejantes ejercicios propician mayor participación ciudadana en actividades nacionales de valor social, consideración que da pie a los siguientes comentarios.
Estamos danzando sobre estadísticas de extrema pobreza, de marginados y de panameños sin esperanza, y no parece haber ni una interpretación oficial coherente de lo que está sucediendo, ni un proyecto articulado de investigación científica, y mucho menos de solución. Como debemos partir de los resultados que se conocen, tendremos como base de esta reflexión los recientes planteamientos públicos sobre la mala preparación de los estudiantes de colegios públicos y la falta de capacidad competitiva del panameño.
No es necesario ser académico ni sociólogo ni médico -pero tal vez sí jardinero- para entender que muchas alteraciones patológicas son producto de algo que viene de atrás. Aplicada la tesis al jardín, una semilla que germina en buena tierra y que recibe fertilizantes adecuados tiene todas las de convertirse en una planta vigorosa y llena de flores; y aplicada a los seres humanos, un embarazo amparado y lleno de nutrientes tendrá como probable producto un ser humano de calidad extraordinariamente superior. Los nacimientos surgidos de embarazos faltos de atención están expuestos al raquitismo, a menoscabos intelectuales y a enfermedades que afectarán su desarrollo, crecimiento y aprendizaje. Estos impedimentos crónicos e irreversibles frustran el futuro de estos niños y, por supuesto, el desarrollo social tanto de su comunidad como del país entero.
Como es costumbre en Panamá, este tema ha sido atendido solo periféricamente por las autoridades públicas. El que no lo crea, que se remita al presupuesto nacional, o al "Mapa del Hambre" de la FAO que indica que Panamá tiene desnutrición moderadamente alta, a pesar de haber destinado 20 millones de dólares en el año 2006 para financiar un número de programas para mitigarla. El presupuesto de gastos del año en mención ascendió a casi 7 mil millones y, con sentido inverso de las prioridades de la nación, se aplicaron 52 millones a una inexplicada "modernización" del Estado y 32 millones al insustancial rubro denominado "fortalecimiento de la democracia y la estabilidad del país". Visto esto, pareciera claro que la esencia del problema es que los programas públicos, crónicamente inconexos, están seriamente divorciados del mejoramiento de la salud prenatal y neonatal, sin las cuales no se podrá jamás incrementar la capacidad de la persona para participar del proceso general de desarrollo humano, social, económico y político del país.
Es imperativo tomar conciencia de que los impedimentos al desarrollo personal y social no están al final del currículo escolar, sino potencialmente en el vientre de miles de mujeres embarazadas que no tienen acceso a la medicina preventiva. Aunque existen centros de salud en comunidades apartadas, a la hora de requerir un ultrasonido, medicación o control de la alimentación prenatal, entre otras cosas, encuentran que estos servicios indispensables no están disponibles. La atención a que hacemos referencia evita el subdesarrollo congénito y las enfermedades de los neonatos; protege el período de desarrollo físico e intelectual del niño, amortigua los riesgos de invalidez y refuerza las expectativas de buena salud en la vejez. Eso dicen los textos. Entonces, un proceso completo de este tipo de atención es una inversión de muy alto rendimiento porque rompe el ciclo del subdesarrollo humano.
Para concluir, otros números: la desnutrición crónica en Panamá afecta al 21% de la población, correspondiendo el 56% de ese índice a las áreas indígenas; y en los últimos años, el 90% del gasto alimentario ha estado destinado a los niños de edad escolar y solo el 10% al programa materno-infantil. Qué vino primero: ¿el huevo?, ¿la gallina? ¿Cómo se manejarán estos temas en la preparación de las asignaciones presupuestarias? Y una última relación matemática que debiera ponernos a pensar: según publicación de 2006 del PMA, la deserción escolar en Panamá tuvo un costo de 100 millones de dólares durante un período que no hemos podido precisar. Si a esto agregamos los costos de las enfermedades congénitas y de las derivadas de la malnutrición, ¿hay algo que se está haciendo bien en el país? Evidentemente, en nuestras autoridades públicas sigue imperando un estrecho criterio que ubica el problema principal fuera de la patología socioeconómica del país. Por Dios, ¿dónde estará la verdadera enfermedad social?
El autor es político y ex embajador