La petulancia, la arrogancia y la ignorancia política se ven reflejadas en expresiones que hasta sin sonrojo se han expresado públicamente como: "la Constitución es como la mujer. Ambas nacieron para ser violadas".
Para los que no las conocen o las recuerdan poco, las Cartas Persas vieron luz pública en 1721. Su autor ubicó figurativamente a dos persas y a sus parientes, con residencia temporal en París, para satirizar tanto a las instituciones francesas como a la sociedad parisina en general, incluyendo en ellas a la monarquía y a la iglesia. Las Cartas, además, estaban plagadas de referencias a los valores burgueses que se estaban imponiendo en esos tiempos como la virtud, seguridad, tolerancia religiosa, felicidad y el imperio de la ley. Aun así, recibió el rechazo categórico no solo de las autoridades monárquicas, sino de las eclesiásticas, que las prohibió enfáticamente.
En 1749, el mismo autor dio origen a la obra El espíritu de las leyes en la que proclamó contundentemente que para evitar el abuso del poder, las funciones legislativa, ejecutiva y judicial debían mantenerse separadas. Esta obra consagraría en el mundo y para la historia al sacerdote, escritor, filósofo y aristócrata Charles-Louis de Secondat, mejor conocido como el barón de Brede y de Montesquieu.
En 1789, la Revolución Francesa lanzó al mundo su inmortal lema "Libertad, Igualdad, Fraternidad" el que cambiaría la historia de Francia y de la humanidad.
Libertad es el derecho de hacer todo lo que las leyes permiten. Si los ciudadanos pudieran hacer lo que las leyes prohíben ya no habría libertad, pues los demás tendrían igualmente esta misma facultad. Por lo tanto, se infiere que la concentración de los tres poderes en un gobierno despótico es la mayor de las calamidades posible, puesto que ideológicamente es incapaz de mantener las leyes, porque el monarca está por encima de ellas y puede vulnerarlas. De estas reflexiones nació la necesidad de que el poder frene al propio poder, así como la doctrina del equilibrio entre los poderes del Estado. Se sentaron así las bases para el establecimiento de los gobiernos democráticos y se inspiró, más recientemente, la Declaración de los Derechos Humanos.
Como muestra de que ese espíritu existía en la nueva doctrina política basada en los conceptos de Montesquieu, la Asamblea Nacional que nació con la revolución inició sus funciones con la lectura de la Declaración de los Derechos del Hombre. En ella, en el acápite 16, clara y enfáticamente establece que: "Toda sociedad en la que no esté asegurada la garantía de los derechos, ni determinada la separación de los poderes, carece de constitución".
Con la equívoca conducta de nuestros últimos gobiernos, tendríamos los panameños que concluir, sencillamente, que Panamá se conduce políticamente sin Constitución, defecto que igualmente reflejan las endebles "democracias" de nuestro continente, sacudidas por traumas político-económicos, sociales y morales. Todas muestran las mismas causas y los mismos efectos, no precisamente favorables. Reconocer errores y corregirlos es de humanos inteligentes. El filo de la navaja sobre la cual discurrimos peligrosamente debe ser limado prontamente con acciones cónsonas con esas reflexiones que hace más de 200 años fueron, por su gran trascendencia y sabiduría, recogidas, aceptadas y están vigentes solo en las sociedades más desarrolladas del orbe (¿pura coincidencia?).
Oportunidad de oro se presenta en días venideros en nuestro país. La Corte Suprema de Justicia requerirá, por diferentes razones, de cambios en su representación. ¿Nacerán los nuevos magistrados como reconocimiento expreso a su capacidad, experiencia, producción académica y docente, conducta moral inobjetable, o seguirán siendo el resultado de la influencia partidista dominante actual y, al final de cuentas, de la voluntad presidencialista?
"Cero corrupción" y "Sí se puede" tienen ante sí la oportunidad dorada de demostrar que no eran más que propaganda electoral. La esencia misma de nuestra nación seguirá en juego, si se fracasa.
A los panameños nos complacería que nuestro Presidente pudiera un día escribir a su hijo, como lo hizo Montesquieu antes de morir: "Tú eres lo suficientemente feliz por no tener que enrojecer, ni enorgullecerte, por tu nacimiento. Mi propio nacimiento es tan equilibrado como mi fortuna. Yo estaría avergonzado de que, la una o la otra, fueran más grandes. Tú podrás ser hombre de toga o de espada. Es a ti a quien corresponde elegir".
El autor es médico cardiólogo