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Panamá, entonces y ahora

Las nuevas investigaciones realizadas por los periodistas de ‘La Prensa’ encontraron a los viejos bribones en su camino. Y los alumbraron bien.

He recordado vívidamente a Panamá estos días. Viví allá cinco años intensos, hasta 2001. Y ahora, casi nueve años después, me entero que el ex presidente Ernesto Pérez Balladares ha sido arrestado por corrupción. A veces el destino hila la justicia con mejor mano que el sastre de Panamá.

Hace cinco días, la Fiscalía contra la Delincuencia Organizada de Panamá ordenó el arresto domiciliario de Pérez Balladares, por presunto blanqueo de dinero. Dos empresas de gaveta vinculadas con Pérez Balladares recibieron dinero de una compañía con el nombre inequívoco de Lucky Games, que manejaba varias salas de tragamonedas en Panamá, y a la que Pérez Balladares había otorgado concesión gratuita durante su gobierno.

Dos estrechos colaboradores de Pérez Balladares (uno de ellos su yerno y otro un ex ministro de su régimen) resultaron ser los accionistas principales de Lucky Games. No solo Lucky Games le pagaba.

También la transnacional española de juegos de azar CIRSA, a través de la empresa de esta: Gaming & Services de Panamá S.A. Eventualmente, Gaming & Services de Panamá se fusionó con Lucky Games, pero Pérez Balladares siguió recibiendo dinero de la nueva empresa.

El diario La Prensa, de Panamá, reveló el caso a partir del 3 de agosto del año pasado. Lo hizo a través de un periodismo de investigación diligente y certero, cuya evidencia impulsó la actuación del Ministerio Público panameño.

Junto con la revelación, las memorias. Ahí estaban los nombres de personas que investigué y saqué a la luz bajo circunstancias muy diferentes, años atrás. Fueron muchos casos que terminaron configurando una suerte de mosaico con rasgos definidos. Varios personajes se repitieron en casos diversos y los articularon entre sí. Fueron –como escribió Martes Financiero, una revista de La Prensa– piezas de un rompecabezas, el de la corrupción panameña, entonces incompleto y ahora bastante más claro.

Llegué a Panamá en 1996, como director asociado de La Prensa, con el encargo de robustecer el periodismo de investigación. A diferencia de los medios cartelizados de otros países, como el nuestro, La Prensa tenía no solo un pasado ilustre de lucha contra la dictadura de Noriega, sino una estructura propietaria de accionariado difundido que, se suponía, la haría inmune a la influencia corrosiva de grupos de poder.

Empecé con la investigación por entregas del colapso de un banco, Banaico, que había hecho perder los ahorros de cientos de clientes, por una pésima fiscalización de la Comisión Bancaria. Luego de algunas entregas se supo que uno de los vicepresidentes del Banco, Mayor Alfredo Alemán, era presidente del Frente Empresarial del PRD, el partido de Pérez Balladares, amigo de éste e importante contribuyente en su campaña.

El empresario también tenía un encausamiento por tráfico de drogas en Estados Unidos (del que se liberó posteriormente). Otro cliente importante de Banaico resultó ser el narcotraficante colombiano José Castrillón Henao, quien había sido capturado poco antes en una operación conjunta con la DEA. Castrillón Henao resultó ser contribuyente de la campaña electoral de Pérez Balladares, quien después de algunas amenazas estentóreas tuvo que reconocer, con un “me trago mis palabras”, que había recibido 51 mil dólares del narcotraficante.

Pero además, Castrillón Henao había tenido una gran cercanía con el vicepresidente de Pérez Balladares, Felipe Virzi, y con el yerno del presidente, Enrique Pretelt (ahora implicado en la investigación por blanqueo de dinero de Lucky Games).

Castrillón Henao fue oportunamente extraditado a Estados Unidos (una de las formas de evitar que los criminales revelen la identidad de sus cómplices en el poder, como lo pusieron también en práctica, años después, en Colombia). Pero no resultó el único gangster vinculado con Pérez Balladares.

Un estafador alemán, Friedrich Adolf Specht, que había robado decenas de millones de dólares a bancos y personas incautos, resultó ser otro prominente contribuyente (con más de medio millón de dólares) a la campaña presidencial de Pérez Balladares. Premunido de un pasaporte diplomático panameño y como cónsul honorario de Panamá en los Países Bajos, Specht operó exitosamente en Europa por un buen tiempo.

En agosto de 1997, Pérez Balladares ordenó expulsarme de Panamá. Como recordarán algunos, resistí la medida, con el apoyo de La Prensa, y luego de tres meses de confrontación y de creciente escándalo internacional, Pérez Balladares se vio obligado a retroceder. Yo, junto con el excelente equipo de periodistas con el que trabajé, proseguí con las investigaciones, en un entorno de creciente confrontación. Cada nueva investigación significaba una demanda judicial en contra, perpetrada generalmente por el procurador general (equivalente a Fiscal de la Nación, solo que con más poder) José Antonio Sossa, un individuo medularmente corrupto.

Una investigación sobre tráfico de influencias fue la concesión de la antigua base naval de Rodman al consorcio formado por la transnacional petrolera Mobil con la compañía Alireza, de Arabia Saudita. Tres intermediarios del gobierno (dos de ellos vinculados con el ahora ex presidente Martín Torrijos) cobraron cerca de tres millones de dólares de comisiones, más que lo que recibió el Estado panameño por la concesión. El caso llevó a una investigación del Departamento de Justicia de Estados Unidos.

Poco después investigué el caso de Marc Harris, un estadounidense expatriado que se presentaba como inversionista prodigio, que robó millones de dólares a varios incautos o a personas que buscaban esconder lucrativamente su dinero. Harris estaba además relacionado, como lavador de dinero, con por lo menos dos narcotraficantes estadounidenses. Pese a las evidencias, el procurador Sossa protegió a Harris e impidió toda investigación. Los periodistas de La Prensa fuimos demandados por Harris y Sossa a la vez. Eventualmente, Harris fue arrestado en Nicaragua y extraditado a Estados Unidos, donde se le encarceló y procesó.

Pero antes, en el año 2000, le prestó su avión (y su abogado) a Vladimiro Montesinos cuando éste quiso (y fracasó en) retornar solapadamente al Perú. En 1999 investigué nuevamente un caso en el que estaba implicado Pérez Balladares. La ex jefa de inteligencia panameña Samantha Smith reveló que el entonces presidente la había “coaccionado” para otorgar visados a inmigrantes chinos, puesto que, le dijo, “necesitaba fondos para redondear su presupuesto”. Cada visa costaba entre doce mil y quince mil dólares.

Las exigencias de visas anómalas fueron no menos de 150 y probablemente muchas más. Uno de los resultados de esa investigación fue la revocación de la visa de Pérez Balladares para ingresar a Estados Unidos. Este intentó mantener la noticia en secreto todo lo que pudo (para un rabiblanco, un pituco panameño, perder la visa gringa es igual a contraer la lepra).

Cuando se lo supo –a través de la confirmación que realizó La Prensa– una verdadera corte de los milagros de la corrupción panameña le organizó un “desagravio” a Pérez Balladares, que, me parece, le sirvió de muy poco. Las demandas judiciales arreciaron. Ninguna cuestionó los hechos sino planteó su revelación como un insulto. No impidieron las investigaciones pero sí hicieron perder tiempo.

Sin embargo, a fines del año 2000, una coalición de empresarios cercanos a Pérez Balladares y Martín Torrijos organizó una campaña para tomar control de La Prensa. Los encabezaba Ricardo Alberto Arias, el ex canciller de Pérez Balladares. Lo lograron poco después de que yo regresara al Perú.

Pero La Prensa resultó más fuerte que aquellos saboteadores. Su directiva cambió, se recuperaron los principios fundacionales y el diario sumó un excelente periodista argentino, Santiago Fascetto, a sus ya cuajados, sus notables veteranos panameños. Entre tanto, la procuraduría se adecentó sustantivamente con la salida de Sossa.

Y así, las nuevas investigaciones encontraron a los viejos bribones en su camino. Y los alumbraron bien.

La Prensa es uno de los pocos medios de referencia en América Latina que promueve la investigación periodística sin otra limitación que la verdad. Coincidentemente, en medio de la crisis sistémica del periodismo, a esos medios les va muy bien. Porque cumplen su misión y la sociedad, la gente, el pueblo, lo reconoce.



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