Yo pienso que la sociedad panameña se está quedando sin recursos humanos e intenta reemplazarlos por la comodidad tecnológica y el consumismo. Pero no todo puede ser comodidad, de vez en cuando, hay que complicarse un poco la vida. Lo curioso es que nos complicamos por querer estar más cómodos, no para tratar de ser mejores individuos.
Somos muy complacientes con nosotros y con todo lo que nos rodea. No exigimos mejores cosas, apenas vivir en una enorme zona de confort. Con rapidez, alegamos “valores humanos” cuando en realidad buscamos tapar el dolo. De esa forma justificamos la corrupción, como parte de nuestra naturaleza. Algo que me niego a creer. Nadie nace corrupto, pero somos débiles y tendemos a corrompernos. Y es curioso que para evitarlo debamos fortalecer la voluntad, que no es más que exigirse a uno mismo no volver a fallar.
Una sociedad cuyos ciudadanos no se exijan nada, será por siempre débil y corrupta. Por ejemplo, la universidad baja el índice de admisión, porque los estudiantes salen mal preparados de la escuela, pero es complaciente porque “todo el mundo tiene derecho a estudiar”. Los padres y maestros no disciplinan a los estudiantes, por temor a confrontar algún tipo de autoridad (escolar o social) y ser acusados de abuso verbal, emocional, mental o físico. Sin disciplina no puede haber exigencia, y sin exigencia el muchacho no se mejora, salvando muy honrosas excepciones.
Aceptamos que el país esté lleno de basura y que se registren tranques diarios, porque somos muchos, la ciudad es pequeña o el sistema no sirve, pero a un país de cuatro millones de habitantes esas excusas le quedan grandes. Aceptamos que los políticos roben, que aumenten el precio de todo, que nos difamen y nos espíen, porque “así es Panamá”. Parece que no hubiera nadie con autoridad y respeto hacia sí mismo o hacia los demás. Permitimos que nos pasen por encima y vemos como algo natural hacerlo a los demás. Hasta de los extranjeros copiamos sus costumbres, más las malas que las buenas. Nos falta carácter y nos reímos de eso. Satanizamos el amor propio, como si fuese a una especie de lacra o la peor vanidad, pero no satanizamos los vicios ni el “juega vivo”.
Tampoco queremos leer un poco más ni hablar mejor. Ni siquiera discutir otros temas aparte de aquellos que generan morbo (los más populares) Es decir, somos cada vez más tolerantes con lo fácil y común e intolerantes frente a lo complejo y distinto. Ya ni siquiera creamos, solo imitamos y corremos a agruparnos en masa para sentirnos cómodos y protegidos, mientras atacamos a quien piense o actúe distinto. Muchos panameños aguantan de todo, se ocultan y evitan toda confrontación, exigencia o compromiso personal o social. Eso yo lo conozco como estancamiento y futura involución. Si seguimos así, tan permisivos, ¿por qué quejarnos de que “la cosa” empeore en cada gobierno? Si hemos decidido ser social e individualmente valientes, solo una vez cada cinco años, y luego ocultarnos tras una mampara.