Aunque el Diccionario de la lengua española acepte ambas cosas por igual, cabría preguntarse si ser canalero es lo mismo a ser panameño. O más bien, qué significa para nosotros el Canal de Panamá. Omitiendo la parrafada fatua y romántica de algunos medios, el clásico discurso acartonado de los libros de historia, y todo el ruido que positiva y negativamente generó la ampliación.
He escuchado comentarios tan altisonantes como que: “No solo las nuevas esclusas deberían llamarse Omar Torrijos, sino el Canal entero”. Digo, eso es como si quisiéramos darle el mérito en una carrera de relevos, al último corredor (olvidando al resto del equipo). Desde los visionarios franceses, pasando por los mismos estadounidenses, que hace más de un siglo, con tecnología contemporánea, hicieron el Canal. Y con ellos a tantas personas que murieron durante el proceso, entre panameños y extranjeros. Decir algo así es un irrespeto a la memoria de nuestros próceres, cuyas vidas dieron forma y peso al discurso del general. Solo por caer en gracia política, no deberíamos ser tan injustos con la sangre derramada.
¿Pero, qué representa actualmente el Canal para los panameños? Para mí, el orgullo de tener un hermano más joven, sumamente exitoso, con el que he tratado muy poco. Que, aun viviendo en la misma casa, fue criado por otras personas, que le enseñaron a guardar “distancia” de su propia sangre, para no comprometer el éxito personal. Y que ahora, ya de adulto, aporta sin mezclarse. Porque sabe que cuando lo haga, abrirá las puertas de su casa para que los parientes pobres entren a ensuciársela o, peor aún, dañársela. Con el debido respeto de la Real Academia Española y el nacionalismo mediático: No me considero canalero. Solo, tanto para bien como para mal, orgullosamente panameño.
Los panameños existíamos desde mucho antes del Canal. Hubo gestas por crear una identidad nacional –desde la colonia española hacia acá– que nada tuvieron que ver con el Canal. Inclusive, el istmo de Panamá, antes del Canal, ya gozaba de un nutrido valor existencial. Porque Dios (no los gringos, con sus esclusas excluyentes) nos bendijo con una excelente posición geográfica. De no haber sido así, ni los franceses hubieran tenido la idea de hacer un Canal.
Es como si usted me dijera que obtuvo “mayor valor personal”, reduciéndose el estómago para adelgazar y encajar mejor en la sociedad. O porque se agrandó los senos, y eso le mejoró su carta de presentación. ¿Pero qué le pasaría al momento, Dios no lo quiera, de perder el implante? ¿Perdería su valor personal? O, ¿Dejaría de querer (o querría más) a un hermano que se hizo el perfil quirúrgicamente, cuando todos en la familia son ñatos? Creo que si bien el Canal nos ha dado orgullo internacional (y dinero), no deberíamos circunscribirle nuestra esencia. Nuestro amor como panameños no debería manar exclusivamente de la obra que hicieron los estadounidenses en nuestro país.
De hecho, gran parte de la gesta se debió a que nos devolvieran las tierras adyacentes a la vía, no a que nos devolvieran el Canal en sí mismo. Para que fuéramos soberanos en el área canalera, para que le regresaran al pueblo la parte de Panamá que, so pretexto de la vía, mantenían los gringos. Ahora usted me dirá: ¿Siendo el Canal de los panameños, esas tierras han vuelto a ser realmente del pueblo? Todos sabemos que no. Entonces, ¿tener el Canal nos ha quitado el extranjerismo de adentro? No, porque el panameño fue ancestral e históricamente educado por extranjeros, para despreciarse a sí mismo.