No disfruté, como hubiera querido, la victoria de España en el Mundial de fútbol. Ese día se empañó por la muerte de una encantadora niña, amiga de mis hijos, debido a una infección fulminante. Mis profundas condolencias a sus familiares. Además, la tristeza se profundizó con la noticia de los panameños fallecidos en los disturbios de Bocas del Toro. Aunque el gatillo de los acontecimientos fue activado por flagrantes torpezas del Gobierno, la magnitud del conflicto no es solo achacable a los desaciertos de un solo bando.
Escuchar a políticos y sindicalistas siempre me provoca un sentimiento de repugnancia automática. Cada vez que mencionan sus esfuerzos por el bienestar del pueblo, me asaltan ganas de gritarles “hipócritas mentirosos”. Todos están más pendientes de sus beneficios personales o sectarios que del interés colectivo. La ética es una asignatura que les entra por un oído y sale por el otro, sin escalas sinápticas de reflexión. Lo sucedido en tierras bocatoreñas fue provocado por conveniencias e intransigencias de varias partes. Los que pagan el más alto precio, sin embargo, son los más humildes.
El Gobierno mete las patas a diario. Esta vez insertó hasta la cintura. El Presidente lo anunció desde tiempos electorales pero nadie se imaginó que ocurriría tan seguido. Creo en la bondad y candidez del mandatario. Es una persona trabajadora, creativa y bienintencionada. Algunos asesores y miembros de su gabinete, empero, lo están conduciendo por la nefasta ruta de la derecha dictatorial. La administración privada dista mucho de la pública. Hay normas que respetar por más premura que haya en generar cambios. Desde mi perspectiva centrista, el fondo de la Ley 30 no me parece irracional, exceptuando la peligrosa patente de corso otorgada a la policía y la flexibilización del proteccionismo ambiental.
La forma de aprobación sí fue aberrante. Mezclar artículos tan heterogéneos sin debate previo es un accionar contraproducente. Ni siquiera una morcilla contiene mezclados tantos ingredientes oscuros y disímiles. La sumisión de títeres diputados traduce una perniciosa dependencia de la Asamblea por los caprichos del Ejecutivo. Mientras estos “chorizos” se colaban, a alguien se le ocurrió retener al periodista Nadal por ridiculeces. Aunque Paco se excede en melodramas y rudas personalizaciones, amordazar su libertad de expresión es un acto antidemocrático. Ponerle bozal a su pluma tendrá efectos contrarios a los anhelados.
Los gobernantes rotan cada cinco años pero los sindicalistas siguen siendo los mismos. Cansa oírlos. Sus dobles discursos, actitudes anárquicas y groserías verbales reflejan limitación intelectual y escasez de argumentos. Mientras el pueblo se expone a gases, golpes y perdigones de una policía que dispara a rostro en lugar de pantorrilla, ellos desde oficinas refrigeradas, instigan para provecho ideológico. Estos desadaptados se benefician de cuotas sindicales y de fomentar caos nacional.
Protagonismo y poder. Desafortunadamente, todos los políticos anteriores han negociado clandestinamente con ellos para aquietar sus rebaños. No obstante, cuando esos descarados pasan a la oposición sufren amnesia acomodaticia. Intuyo que las prebendas y coimas ofrecidas a dirigentes sindicales son suculentas y recurrentes. No me extrañaría que tengan ingresos de cuantías desproporcionadas a sus capacidades laborales. De hecho, las auditorías practicadas a sus organizaciones han revelado uso de dinero sindical para cubrir deudas privadas, viajes placenteros, finos licores y salarios a cadáveres.
¿Quiénes deben asumir las consecuencias sufridas por las familias de indígenas afectados por fatalidad o pérdida de visión? No solo el Gobierno por colocar la llama. La empresa bananera encendió ánimos. El fuego final se atizó por sindicalistas y dirigentes de oposición (esta vez PRD) que azuzaron a una población pobre, guerrera y desinformada. Apuesto a que los manifestantes no conocen detalles de la ley en disputa. Otra porción de culpa recae en esos personajes universitarios que con arengas desfasadas de siglo inducen a rebelión, huelga y lucha de clases. Después, con piel de oveja y mirada tierna, se venden como mártires del pacifismo. Deciden ignorar, por ejemplo, que manifestación y tranque no son sinónimos. La protesta es un derecho, el bloqueo es un delito. Lo primero busca justicia social, lo segundo la agrava.
Decía la escritora austriaca, Marie Ebner–Eschenbach que “solamente puedes tener paz si tú la proporcionas”. Eso aplica para todos.
