Esta es una historia repetida cuyos protagonistas van cambiando según la zona del país de la que hablemos. También es una historia de robos semánticos; de señores feudales, de luchas intestinas por modelos de desarrollo diametralmente opuestos.
En esta ocasión, la trama se desarrolla en el archipiélago de Las Perlas, una de las joyas ambientales y paisajísticas de Panamá que, a pesar de tener ya tres profundas cicatrices (la del mal gusto de Contadora, la de la destrucción brutal de Viveros y la de la narcobase militar en un país sin ejército de Chapera), sigue siendo un lugar mágico, inabordable, hermoso en su precaria virginidad.
Si acercamos la imagen podremos ver la isla de Pedro González, donde una población de unas 300 personas convivía en paz hasta hace poco, en un casco urbano compacto sacado de una postal, en buenas, humildes y cuidadas casas, rodeados de algunas de las mejores playas del archipiélago (como la de Don Bernardo). Pero llegaron los Eleta, se sacaron de la manga un título de propiedad que incluía al corregimiento de Pedro González y a su gente (como en tiempos de la Colonia o de las bananeras) y anunciaron al mundo que iban a hacer una urbanización de lujo “ecosustentable”. Es la palabra de moda, tanto que existe una Cámara de Turismo Sostenible de Las Perlas en las que están, entre otros, los promotores de Isla Viveros, donde manglares y bosque han sido arrasados sin piedad.
No nos desviemos. El Grupo Eleta desembarca en Pedro González con su proyecto Pearl Islands (en inglés, of course, como todo lo elegante) y acaba con la paz. Primero, porque comienza a comprar a precio de chicha de piña unas tierras que, según los empresarios, son ya suyas (un poco incoherente ¿no?). Segundo porque pretende construir una urbanización de lujo con casas, hoteles, pista de aterrizaje, marina para 250 yates y otras facilidades en esta isla de mil 400 hectáreas donde los locales tienen zonas de trabajo agrícola y de caza que van a ser fagocitadas por el proyecto a cambio de convertirse en empleados… ya saben: llega el desarrollo... ¡El fin de la pobreza!
Resulta que estas gentes no son pobres. Tienen buena pesca en verano y en invierno cultivan y tienen tiempo para charlar, caminar o mirar el imponente mar cuándo y cómo quieran (eso es lujo y no una casa de millón de dólares). No hay desnutrición ni carencias graves (excepto que no hay energía eléctrica las 24 horas y que el agua potable llega a una pluma comunitaria). Pero en la mentalidad de los Eleta estas gentes o son un estorbo a sus intereses económicos o son pobres que precisan de la “salvación”. Para los políticos locales (el alcalde del distrito de Balboa y el representante y ex representante de la isla) esta debe ser una buena oportunidad para hacer negocios (de hecho, parecen empleados de Pearl Islands Limited S.A. en lugar de funcionarios elegidos).
Ahora, la comunidad está dividida, entre los que esperan el maná del empleo y los que defienden la permanencia de un modo de vida sin rechazar de pleno el proyecto urbanístico. El ambiente en Pedro González ya ha sido dañado. La semana pasada, mientras un grupo de niños asistía a unas más que precarias clases de inglés financiadas por los Eleta y ejecutadas por una ONG de prestigio (cómplice por ingenuidad o por interés, no sé), los miembros del comité que defiende la propiedad de los isleños impedían que unos agrimensores de la empresa midiera las tierras donde los locales cultivan.
La respuesta de la empresa (o de su capataz en el gamonal: Juan José Amado) fue enviar, con la complicidad de las autoridades de Gobierno y Justicia, a ocho agentes de la nueva base “militar” de Chapera, armados hasta los dientes, con pasamontañas y ametralladoras, a poner orden. Por suerte, en esta ocasión, tanto el cabo II Erick Ballesteros, del puesto del Servicio Nacional Aeronaval, como el teniente Camaño, de la Policía Nacional, fueron razonables, vieron que allá no había vecinos violentos, sino panameños amenazados y evitaron una violencia innecesaria.
El final de esta historia no se perfila feliz. Como en buena parte del territorio panameño, inversionistas nacionales y extranjeros hacen feria con los recursos naturales y con la buena gente que los habita. Imagino que el Grupo Eleta ya debe formar parte (o habrá pedido su admisión) en la Cámara de Turismo Sostenible de Las Perlas y la mentira será verdad en los medios. Un ejemplo más de lo que ocurre todos los días a espaldas de la opinión pública, un paso más para convertir a Panamá en un desolado paisaje de casas de lujo y empleados de segunda.