Esta noche comienza la celebración de la fiesta de Pésaj, la Pascua judía, que conmemora la liberación de los israelitas de la esclavitud de Egipto. De acuerdo con el relato bíblico, la intervención divina se hace presente para torcer la voluntad del faraón opresor y permitir el éxodo de los descendientes de Abraham que, a partir de la gesta libertadora, se constituyen como pueblo.
Si bien la fiesta se extiende por ocho días, en los cuales no se puede comer nada que tenga levadura, el ritual principal se desarrolla durante las primeras dos noches. Sentados alrededor de la mesa hogareña las familias judías celebran el Seder, una cena ceremonial que incluye la ingesta de determinados alimentos cargados de simbolismos asociados con la fiesta: la matzá, el pan ácimo que representa el apuro por la salida y que también es el pan de la pobreza; las hierbas amargas en recuerdo de la esclavitud, etc., y la narración de la historia del éxodo, de manera que, tal como se recita esa noche, cada uno se vea a sí mismo como si él hubiera salido de Egipto.
De acuerdo con la tradición judía, Pésaj no es solo la evocación de la liberación pasada, sino además el arquetipo de lo que será la redención futura. Quizás por eso la presencia del profeta Elías, aquel que vendrá a anunciar la llegada del Mesías, tiene un papel destacado durante el Séder. Invocamos su presencia y abrimos las puertas de nuestras casas ansiando su arribo.
Y ciertamente en esta faceta de la celebración, el deseo por ver materializada la aspiración mesiánica, podemos encontrar una conexión significativa con nuestros hermanos cristianos que también en esta fecha están celebrando la Pascua.
La cercanía en el calendario de ambas festividades no es casual, ya que existe un profundo vínculo histórico y teológico entre ellas (hasta el día de hoy sigue el debate sobre si la última cena de Jesús fue un Séder de Pésaj).
Sin embargo, creo que es en la noción redentora donde podemos hallar un sustrato común que, a partir de estas jornadas centrales para ambas tradiciones, se proyecta como una convocatoria a lo largo del año.
Siguiendo el mensaje de los profetas, comprendemos que el anhelo mesiánico cobra vida a partir de nuestro firme convencimiento y nuestras acciones por construir una sociedad basada en la justicia, la solidaridad, el respeto y la paz. Reconocer en cada persona una criatura divina y desarrollar lazos de hermandad entre todos los miembros de la especie humana constituye el inicio del camino que nos lleva a la Redención.
Con nuestras diferencias, profundas por cierto, judíos y cristianos compartimos en estas Pascuas el llamado a renovar nuestro esfuerzo por alcanzar un futuro diferente. Responder con integridad y compromiso es nuestra responsabilidad común.
Eso me recuerda una bella anécdota que escuché una vez. En los orígenes del diálogo judeo-cristiano, allá en la década del 60 del siglo pasado, le preguntaron a un rabino cómo era posible que pudiesen conversar si los judíos creían que el Mesías aún no había llegado y los cristianos pensaban que sí.
La respuesta fue contundente: “El día que llegue el Mesías le preguntaremos si es su primera visita o si ya estuvo antes, mientras tanto, trabajemos juntos para que venga”.
Posiblemente en aquellas palabras se resume el espíritu que nos hermana a judíos y cristianos en la celebración de las Pascuas.
Jag Sameaj – Felices Pascuas.