Lo peor del viejo librito de la política panameña lo está manifestando la actual administración: la clásica lentitud, positivismo irreal y mediocridad masiva. Este gobierno parece estarse asfixiando dentro de sus propias aspiraciones (si es que en algún momento fueron algo distinto a un eslogan de campaña). Da pena porque uno esperaba otra cosa, sin embargo, la naturaleza humana no puede forzarse. Dicho de otra forma, nuestras expectativas superaron la capacidad de este gobierno. Si el pueblo fuera un poco más… o quizás un poco menos… pudiéramos empujar este carretón en beneficio colectivo, pero, desgraciadamente, a los pueblos apáticos les gusta más las dictaduras.
Tal parece que esta administración sufriera de osteoporosis por herencia, quebrándose de adentro hacia afuera. Sin mencionar que se han quedado sin aliento a medio camino. Sus “imperdonables” ni siquiera arrancan, o solo “quedaron allí”, como en el fallido y patético conato de justicia que amagaron. Nuestro pueblo, virtualmente activo pero realmente invisible, ahora choca contra este panorama. Y no es para menos, lo sacaron de una carrera de velocidad con sobreestimulación, a otra de resistencia forzada. Aclaro que en ambas nuestra meta siempre ha sido huir. Escapar de la responsabilidad social, en primera instancia por no generar mejores opciones electorales y, en segunda, por no responsabilizarnos activamente de lo elegido.
Este gobierno apena. No solo por la falta de personalidad del líder mayor, sino por todo lo que viene pasando. Tal parece que no hubieran entendido que no se crea un estilo propio copiando lo peor de otros. Como recién ahora, con el reestreno del maquillado crisol de razas. Vienen destartalándose, y en los rubros más sensitivos. En gobiernos anteriores hubo rotaciones de Gabinete y hasta renuncias irrevocables que revocaron, pero en este hemos tenido algunas que pasan peligrosamente al ras de la ética profesional y la moral humana.
La alianza gringo-militarista mantuvo a Panamá encapsulada por veinte años, y mató el espíritu de lucha en los panameños. Luego, en la nueva democracia, montados sobre la internacionalización canalera, el sector privado ha forzado al público a globalizarse, partiendo de las privatizaciones, para beneficio económico de un pequeño círculo de ciudadanos, pero contrario al resto social panameño. Desde entonces nos han globalizado a rajatabla, como plátano madurado en supermercado. Por eso es que el panameño sigue sin poder diferenciar entre lujos y necesidades, calidad de vida versus chucherías tecnológicas. Esto favorece a comerciantes de marcas globalizadas, pero empobrece moral y económicamente al pueblo, en un mundo moral y económicamente quebrado.
Panamá se ha globalizado no solo en tecnología y hedonismo, sino en criminalidad y enfermedades. Sin embargo, y aunque estemos por inaugurar nuevas exclusas en el Canal, la respuesta de nuestras autoridades sigue siendo vieja, mala y lenta. ¿Por qué? Por la asimetría social, la desproporción humana en que “nos han crecido” al país. Un país de muchas caras, una comercial-bancaria de “gris” esplendoroso, otra del Canal, disociado del resto panameño (aún de espíritu extranjero), y finalmente, la de un pueblo explotado por la ineficiencia del gobierno desgastado y envejecido prematuramente.
