El tranque en Panamá se ha convertido en una rutina y cada uno trata de enfrentarlo a su manera. Es decir, en un comportamiento de “voy porque voy” o “sálvese quien pueda”. Diariamente nos encontramos con las intersecciones trancadas por un conductor que no comprende que si no cierra la calle el tráfico fluye. El nivel de intolerancia y agresividad ha excedido los límites normales. Se registra un número creciente de atropellos, accidentes de tránsito y estrés, que se genera por la forma agresiva de conducir. Los accidentes menores abundan y nadie confía en nadie para llegar a un acuerdo.
Mientras veía un programa de televisión que abordaba los tranques, me enteré de las proyecciones respecto a la infraestructura vial y su capacidad limitada por la arquitectura de la ciudad, del aumento en la compra de autos nuevos y del transporte de carga, pero no escuché nada sobre el comportamiento del conductor.
Oí recomendaciones antiestrés muy simpáticas y, cuando se tocó el tema de educar, se mencionaron las campañas de concienciación vial en algunas escuelas, dirigidas a los niños que serán conductores dentro de 7 o 10 años. Pero, ¿qué pasa con los conductores actuales? ¿Dónde están las campañas de prevención? No se trata de imponer multas cuando el policía logra atrapar al infractor o de poner policías a dirigir el tránsito, cuando la semaforización está haciendo su trabajo. El problema es la carencia del principio de respeto.
Recientemente visité Montevideo y Punta del Este, en Uruguay. Vi grandes avenidas sin papeles en las calles, pocas vallas publicitarias y cero bocinas o bocinazos. En Colombia y Costa Rica, los autos circulan de acuerdo con el número de la placa, si es par o impar. En Chile, el transporte público aumenta la flota vehicular en las horas pico y reduce la frecuencia en las horas laborales. En Chile también hay un horario laboral diferido para que los trabajadores entren en horas diferentes y así aminorar el impacto de las horas pico. Hay buenas prácticas que podemos aprender de los países vecinos, y políticas públicas sencillas para que los conductores ejerzan una ciudadanía responsable. En un reciente foro financiero, escuché que los índices de inversión de un país se pueden ver afectados por la “agradabilidad” de las personas. Los países con gente más amable atraen más turistas e inversión. Un indicador de la amabilidad de las ciudades es el transporte. Transportistas agresivos, calles intransitables, ciudades congestionadas, visual y auditivamente, no son atractivas ni para los visitantes ni para los inversionistas. Las personas enferman, las ciudades también. Ni toda la infraestructura de transporte más moderna y novedosa puede funcionar, si los ciudadanos no hacemos que funcione. Es necesario mejorar los hábitos de conducir, a través de campañas preventivas de educación vial y ciudadana.
El activo más importante para la solución de este problema es el propio conductor, no son las señales ni los agentes de tránsito. Abracemos un nuevo propósito en 2016: superar el tranque con respeto y cortesía.